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We’re a happy family

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Marky ramoneó a Buenos Aires en el Teatro Vorterix, que lució llenísimo, con dos shows impresionantes, a juzgar por lo que mostró el sábado.

Uno puede ver que Marky no es argentino porque, anunciado para las 9 de la noche, a las 9 y cuarto comienza a sonar una música onda Cabaret y se abre el telón de El Teatro. Y así nomás, salen; Marky se acerca a saludar, y se sienta tras los tambores blancos, enormes, y a laburarla. Sesenta minutos de “uan tu tri gou” non stop con un temón detrás del otro. Apenas si Michael Graves tira un nombre, como al comienzo: “This is called Rockaway Beach”. Y así siguen, tocando los temas que quieren escuchar todos y un par de sorpresas, como “Job that ate my brain” o, paradójicamente, “I can’t make it on time”.

Pero Marky (o Sylvester Stallone, como lo presenta Graves cuando vuelven de tomar el primer yogurcito) es una maquinita que nunca pierde el tempo, que mueve el brazo derecho a una velocidad y una constancia inhumanas y el sonido parejo y potente de las cuerdas completa la experiencia. Es como colarse un cuartito de los Ramones, realmente. Y ahora, de grande, y aunque no sude una sola gota, se permite hacer algunos detallitos interesantes, un rulito medio deforme en “Rock n’ Roll High School” y en “Bonzo goes to Bitburg”. Graves también se permite algunas licencias para mostrar su voz en “I wanna be your boyfriend” y sobre todo en el tramo de covers que hicieron, con “7 and 7 is”, “Have You Ever Seen the Rain?” o “What a Wonderful World”.

También tuvo su lugar Michale Graves, en el segundo bis, para tocar cuatro temas de su época de Misfits (“Dig up her bones”, “Best of me”, “Descending angel” y “Saturday night”), tocados con guitarra acústica. Si bien es linda la intervención, pierde un poco de la intensidad y enfría un poco a la gente. Un poco, nomás, porque también corean sus temas, pero al ser tanto más bajo el volumen, se puede conversar y la cosa se dispersa un poco. Después él mismo se encarga de mantener el show interesante, saltando a la cuerda con el cable del micrófono o dándose un porrazo en “The KKK took my baby away”.

Y la gente aquí responde a todo de la mejor manera. La pareja de viejitos baila al estilo de la época en “Needles and pins”, el pibe que canta “wan chun senguin on sai dau” en “Havanna affair”, los coros tremendos en “Pinhead”, “Sheena is a punk rocker”, “Psycho Therapy”, “I don’t care” o la guitarra de “California sun”. Es increíble cómo todo el mundo está feliz, cómo esos temas, de alguna manera y sea quien sea quien los venga a tocar, tocan una fibra sentimental argentina muy fuertemente; los Ramones (o el Ramone en este caso) hacen feliz a la familia que han cultivado en estas tierras. Y así venga solo, 50 veces más, o venga CJ con los niños cantores del Tirol, siempre esas canciones y esa potencia punkrocker va a estampar una sonrisa en cada argentino de bien. Y allí estaremos.

*Fotos por Guillermo Coluccio

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Redacción ElAcople.com

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