RESEÑAS

Viaje relámpago

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Al entrar al recinto las cabezas asentían y se ponían de acuerdo inmediatamente en una idea: “Es igual a VICENTICO boludo!”. Sí, el cantante de ALAMBIQUE AL PESTO, en un par de temas, imprime esa tonada en llanto del CADILLAC y despierta la comparación instantáneamente.

La banda acompaña el sentimiento y hace recordar a los primeros LFC con unos ska que hicieron mover las rodillas a un grupo de seguidores que no pararon de agitar a los oriundos de Villa Ballester.

La hora de LA ZURDA llegaría cuando las 10 habían pasado largamente y el recinto estaba casi colmado. Con una batería de composiciones nuevas -5 al hilo- salieron a conquistar a su público, guitarra como frazada, colchón de percu latina y un charango en la mesa de luz.

EMA, líder del combo, casi no pronunció palabra fuera de la obra, llevó su voz y el distintivo charango por los distintos climas que ofrece la nueva placa: serenidad armónica en “Para Viajar”, verborrágicos versos hiphoperos en “Chan Chan”, o lúdica suavidad en la chacarera “La Casita del Hornero”.

El clima festivo típico de una presentación zurda no estuvo ausente, bailes y sonrisas por doquier, que es lo que buscan –y encuentran- los espectadores en cada show. Esto resaltó cuando aparecieron composiciones del disco anterior, del primero, realmente viejas ya debido al intervalo eterno que se tomaron entre placa y placa.

Así fue que sonaron “Mimbre y Café”, “Vidita, “Tafí del Valle” y “Andaré”, cuatro canciones que forman parte de un álbum que ha sonado y vuelto a sonar en la vida de los que gustan de LA ZURDA, por gusto y por falta de nuevas canciones, y fue así también que se sintió fuerte la ausencia de clásicos –suena raro en una banda de dos discos- como “Frontera”, “Culebrón” -que faltó pese a la insistencia del público-, o “Falopero”, aquel primer hit.

Poco más de una docena de canciones en una hora y chirolas hasta que llegó un sorpresivo final, donde la gente ni se movió hasta que el telón no terminó de bajar y la música que provenía de la consola apagó la ilusión de escuchar un puñado más de temas. Se bailó y se disfrutó de la nueva placa, pero quedó aquel sinsabor de la escasez y las ausencias marcadas.

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