RESEÑAS
Una leyenda en el Luna

A modo de aperitivo -cuando el reloj nos indicaba que eran las nueve de la noche- apareció NICO COTA acompañado de su banda. Ya de primer momento, se vio la idea de congraciarse con la gente dando muestras de su devoción hacia el icono del soul. A lo largo de veinte minutos, los muchachos recorrieron temas del disco “The Solo” como “Dinamita”, “Chocolate” y “Red” con DANTE y -el ex GEO RAMA- VALENTINO SPINETTA. Tratados con respeto, dejaron como saldo mucha voluntad para levantar al público y saltear los numerosos problemas de sonido.
JAMES en su laberinto
Si uno metiese a JAMES BROWN en un laberinto de espejos las imágenes que aparecerían reflejadas serían múltiples. Quizá la primera en presentarse es la del imaginario colectivo: esa del negrito joven, con melena, que con total desenfreno se movía al son recorriendo de punta a punta el escenario de un club nocturno sesenton de Carolina del Sur y que –según cuenta la leyenda- perdía casi tres kilos por presentación.
Uno podría ver el reflejo de ese hombre que chocó con las leyes de sus país y que en reiteradas oportunidades estuvo preso por maltrato doméstico, problemas con drogas y robo a mano armada en su temprana adolescencia.
Recorriendo el laberinto se lo vería a JAMES BROWN con OTIS READING y ARETHA FRANKLIN compartiendo el mote de leyenda, padre o co-fundador del funk que le cabe a unos pocos. A ese que se convirtió en un referente de la comunidad afroamericana con el tema “Say it loud (I´m black and I´m proud)” y que hoy no duda en defender a MICHAEL JACKSON al afirmar algo así como que “de los artistas negros siempre se quiso sacar provecho y robarles el dinero”.
Con cincuenta años de carrera en sus espaldas aparece el reflejo de la persona que el pasado miércoles se presentó en nuestro país por tercera vez. La imagen del hombre diabético de setenta y un años, que fue operado de cáncer de próstata y que a la hora de bailar se le notan los pesares de un hombre mayor.
Ese señor al que lo podríamos llamar abuelo o viejo, pero que su onda sobre la escena, convierten a esos términos en pruebas contundentes de una falta de respeto. Porque la verdad es que a mi me gustaría tener un nono que fusione así con el soul, el funk y el gospel; Que se plante frente a un banda IM-PE-CA-BLE y que sea el director de ella. Que pase de juguetear con el micrófono al teclado y que muestre una voz que no luzca los maltratos del tiempo en “It´s a man´s man´s world” y en su homenaje a RAY CHARLES interpretando “Nightime”.
Grande y con todos sus pesares, JAMES BROWN da muestras de lo que es un artista. Tomando la delantera y también apoyándose constantemente en un trío de coristas que -además de zarparse cantado- bailotean sobre el escenario junto a las bailarinas y los músicos. El intenta plegarse al baile, creándose así la estética de un musical propia de un hotel-casino de Las Vegas que se apodera del estadio de la calle Bouchard.
Su magnetismo se mantiene intacto. Apenas amaga con hacer unos pasitos de baile despierta una avalancha de gritos y aplausos que podrían compararse con la aparición de SANDRO con su bata colorada. Esa es la sensación térmica que se vive en un Luna Park, que se puso de pie para darle la bienvenida a un astro y que volvió a abandonar las butacas hacia el final del show cuando “I got you(I feel good)” y “Sex machine” son las canciones que conducen a lo que se asemeja al apocalipsis.
El se va. Saludando, a los besos y con tres damas bordeándolo. La ovación pidiendo bises será inútil y paulatinamente mutará a una silbatina. Sin embargo, el grueso de la gente se retira del estadio con la cabeza gacha. Aceptando la decisión casi incuestionable del verdugo que los hizo vibrar durante casi dos horas y que, pasando la barrera de los setenta, sigue siendo un artista. O mejor dicho, una leyenda, mote que se ganó hace rato y en buena ley.
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