RESEÑAS

Una dosis personal

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No vienen en frasco. No necesitan prescripción médica. No tienen efectos secundarios adversos. Son la mezcla entre rock, candombe, murga y puro rocanrol. Su presentación no se asemeja a la de los comprimidos, sino que se extiende en melodías mayores a los cinco minutos. Son LAS PASTILLAS DEL ABUELO.

La mezcla de diferentes fármacos sonoros parecía desajustada en la noche del domingo, la última de las tres fechas agotadas en El Teatro de Colegiales. “Almafuerte”, “Cerveza” y el ritmo calipso de “Cubano” no lograban llegar a la máxima perfección. Pero, ¿cómo negarse a corear “si encontrás algo más fino que el filo de tu silencio/sólo entonces te amaré” a pesar de la mezcla no controlada de sonidos?

Las primeras filas, empapadas y fervorizadas, gritaban sin importar tiempo y lugar esas pequeñas historias en forma de rock, como “Candombe de resaca”, “Resulta imposible” y “Casada”. Pero el deseo de ver el estallido entre el cúmulo y el avance progresivo de sonidos comenzaba a pedir más.

Ese primigenio impulso candombero de LAS PASTILLAS parece desaparecer en su nueva placa homónima con sonidos donde las guitarras cobran protagonismo, los teclados tienen espacio para el juego, pero la voz de PITI FERNÁNDEZ sigue intacta, con ese tono rasposo y seco. “Peldaño”, “Estómago” y “Por colectora” eran el claro ejemplo de ese salto musical.

Los últimos tres temas: “Cowboy”, con cantante tirándose al público incluido; la acelerada “Skalipso” y “Otra vuelta de tuerca” finalizaban la mezcla de los clásicos ya cantados y repetidos hasta el desgaste con las novedades para las mentes enviciadas con estas pastillas altisonantes.

Así, sin más, LAS PASTILLAS dieron su último show del triplete. Como perfectos senseis que no perecerán en un solo tema “que pegue”.

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