
RESEÑAS
Un sueño a prueba de balas
Van pasando las 22 horas y la caldera de El Teatro se cuece en hervor lento a ritmo de cantitos. “El que no salta es un MAMBRU”, “Yo sabía… que a Bulacio lo mató la policía”, o coritos a lo orozco de “Preso en mi ciudad” y “Ya nadie va a escuchar tu remera” se sentían desde afuera. Sin embargo, y más allá del clamor “ESKAY”, lo que más retumba desde cualquier pared del predio es el himno “Vamo’ lo’ redó”.Este, sin dudas, es un acontecimiento ricotero que ni las tachas de la correa de SKAY quisieron negar. Pronto las luces se apagan y el aire se ensordece de gritos. Beilinson entra bailando como un safari asimilado a la selva.
Suena “Kazoo” y los alaridos superan el sonido, guiados por una bata melosamente diabólica. Le siguen “Gengis Khan”, “Síndrome del trapecista”, “Kermesse” y “El pozo de la serpiente”, mientras la masa amorfa de gente se mueve en avalanchas y remolinos.
Llegaba el quinto tema y con él, el despertar de las bandas. Una versión casi funk de “Humano roto y mal parado” es el primer tema ricotero que se asoma. Sin ningún disturbio o contratiempo, la música y el excelente juego de luces enviciaban a la gente, que se exorcizaba en saltos.
La comunicación público-SKAY fue solo a través de la música y los gritos. Cual héroe del silencio, el violero tocó con su banda cuatro canciones más.
“Alcolito”, “Oda a la sin nombre”, “Con los ojos cerrados” –en el que se mezclan los riffs bluseros y la cadencia sombría del tango- y “Caña seca y un membrillo” -donde SKAY luce todos sus artificios melódicos, reemplazando así la ausencia del saxo- dieron paso a sus escuetas primeras palabras: “Paramos 10 minutos y volvemos…”.
Quemás ¿qué-más? Quemás
La no violencia de la noche no impidió el frenetismo del público. Con la fuerza propia y singular de las melodías Beilinson, entran en escena “Memorias de un perro mutante” y la mágicamente tripera “Astrolabio”.
Resonante de agudos y acelerado en los compases, el infierno se ponía encantador en la noche con el décimo tema del legendario LP, Gulp. La espuma que caía del aire cedió cuando se asomaron “Entre el cielo y la tierra” y la pogueada “La grieta”.
La gente pide “Ji ji ji”, pero en su lugar aparece “Criminal mambo”. La viola estalla hasta perder una cuerda pero SKAY la sigue moviendo hasta extorsionarle un solo. Más tarde, el recital parece terminarse con “Lágrimas y cenizas” y “Nuestro amo juega al esclavo”. Sin embargo, la cueva de Chacarita todavía no se había cocinado lo suficiente: el sentencioso “Chau, chicos, gracias” fue repechado por cantitos “vamo’ lo’ redó” y la banda no puede hacer más que presentarse.
Mientras el protagonista de la noche jugaba a restringir su charla, presentando a la banda en formato cantado – Daniel Colombres (batería), Claudio Quartero (bajo), Oscar Reyna (guitarra) y Javier Lecumberri (teclados)-, la gente permanecía a la expectativa de lo que luego fue la euforia en caliente de la velada: un amague de “Vamos las andas” introduce una versión con mucho swing de “la Bestia pop” y ella, al poderosísimo y reclamado “Ji ji ji”.
El pogo retumbó hasta los techos y la banda engañaba al público con un falso final. Quedaba “Nian fri frufi fra li fru”, último tema antes del ”Gracias a todos” que cerró el recital.
Los presentes hirvieron en un infierno de buena música, gran puesta escenográfica y un sentimiento que es más que multitud. Es hora de levantarse…
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