RESEÑAS
Un día feliz

Pocas bandas son las que logran, a través de un show, sacudirte con tan diversas e intensas sensaciones: ira, alegría, emoción, tristeza, melancolía, euforia… No puedo ser objetiva: amo a esta banda, aunque no me considere una fanática. LAS PELOTAS algo te generan, siempre. Ningún tema pasa desapercibido, ninguna canción está de relleno. Todas y cada una de ellas son imprescindibles. ¡Y esas letras! Como dice un amigo, en todos los temas tenés una frase que te identifica (dignas de ser anotadas en un cuadernito). El nivel compositivo es excelente y musicalmente suenan, hoy por hoy, ajustadísimos. Los músicos arriba del escenario disfrutan, se les nota. Les crees, y eso ya es demasiado en los tiempos que corren.
Es probable que con esta crónica no llegue a transmitirte ni la mitad de lo que te provoca esta banda en vivo, lo cual me indigna, pero si alguna vez los fuiste a ver sabés de lo que hablo. Resulta muy difícil plasmar en palabras algo que está tan vivo, que se siente, pero voy a intentar al menos describir lo que fue el recital.
Ya la previa al show tiene eso de ritual. Organizar desde temprano el encuentro, juntarte dos horas antes con tus amigos a tomar unas cervezas en la puerta de un supermercado chino, presagiar lo que viene. Compartir, afuera y adentro. Porque también eso son LAS PELOTAS para mí, compartir con personas que quiero una noche que seguro quedará para el recuerdo. Un momento feliz. Por suerte, bastante más que 20 minutos de felicidad…
‘EL’ show
Viernes, 21.20 aproximadamente. Si la temperatura afuera era de 27°, adentro del Teatro de Flores alcanza los 45°. Pensás que no vas a poder soportar tanto calor, pero te la bancás. Pantalones arremangados, ellos en cuero, ellas con las remeritas levantadas dejando la panza al (poco) aire. Y aquí un pedido encarecido para los dueños del lugar: media pila, viejo. Al menos pongan unos ventiladores, porque todo bien con sudar, pero eso es casi insalubre.
Orugas da comienzo al recital, y esos abrumadores primeros riffs en la oscuridad desatan la euforia de los acalorados espectadores. Comienza el show, las emociones -además del sudor- a flor de piel. También empiezan a pasar las primeras botellitas de agua mineral, y los primeros fa-sostenido (gracias WALLAS). Ah ah ah ah ah ah gritan desaforados, arriba y abajo del escenario.
No recuerdo exactamente el orden de los temas, pero sí que entre los primeros que suenan hay algunos del próximo disco, la mayoría en la voz de GERMAN DAFFUNCHIO. A lo largo de la noche tocarán unos cuantos más de los que conformarán la próxima placa, “Basta”, tan esperada por los peloteros.
Suena hermosa y oscura Tormenta en Júpiter, que invita a la introspección mientras intentás convencerte, gritando bien fuerte, que si pasó, es lo mejor; y ”Mareada, que encuentra un eco tranquilo bajo el escenario. Luego, No me acompañes, que con su desesperada calma te emociona casi hasta las lágrimas. Éstos serán prácticamente los únicos temas lentos de la noche.
También tocan algunos reggaes, esos que tan bien les salen. Suena Hawai y busco con la mirada entre la gente a mis amigos, aunque no los encuentro me los imagino bailando, felices, es como si estuviera junto a ellos. También Músculos, con todo ese sarcasmo escupido en la cara de los anabolic-boys, y “Uva, uva” que inmediatamente me recuerda a ese amigo que ahora debe estar perdido en alguna bodega, feliz pero lamentando no poder estar acá.
Bailás -y cómo- con Veoyover y “Muchos mitos”, pero la euforia estalla con temas como “Esperando el milagro”, “Día feliz”, “La clave del éxito” y “Desaparecido”. Todos ellos podrían entrar claramente en la categoría de ‘clásicos’ de la banda. A “Capitán América” lo sentimos tan nuestro que lo hacemos propio, y ellos nos ceden la voz. Es prácticamente indescriptible lo que sentís en esos momentos, en esos estribillos que estallan canalizando la ira y te ponen piel de gallina. Sentís que te hablan y al mismo tiempo sentís que hablan por vos.
Al palo tocan “Grasa de chancho” y “La vaca y el bife”, dos que no suelen ser parte del repertorio y por eso todos los festejamos. Además, “20 minutos”, “Bombachitas rosas”, y con toda la furia suena “Escaleras”. Los límites entre ‘abajo’ y ‘arriba’ casi se desdibujan, centenares de voces se funden en una sola, y tu cuerpo transpirado se mezcla con otros en una masa compacta en movimiento, siempre con la vista en el escenario, con la mirada en esas figuras que se recortan, difusas a veces, entre las luces. En esos músicos amigos que se entregan a su público sin creerse rock stars, que destilan humildad y desparpajo, que disfrutan tanto como vos de lo que están viviendo. En la complicidad evidente, sobre todo entre el BOCHA SOKOL y DAFFUNCHIO, esas miradas, esas sonrisas que se regalan, que denotan años de patearla juntos.
Va llegando el final de la noche y pensás en lo bien que la estás pasando. Desearías que toquen dos horas más. Hasta acá el show fue contundente, y casi prescindieron de esas bellas canciones con un dejo de triste romanticismo que suelen tocar. Más bien fue –lisa y llanamente- un recital al palo, con esos temas aplanadores, directos, crudos, efervescentes. Y esa batería de GUSTAVO JOVE que lo acapara todo, a puro machaque te penetra en la cabeza, parece que sus brazos no van a poder más pero siempre pueden, casi como una máquina. Y todavía queda el final…
Saludan, se van, vuelven ovacionados. Así dos veces. Si el Teatro se descontrola con “Brilla (Shine)”, cuando llegan los últimos bises ya es una locura total, y ¡cómo no! Antes, un patovica desubicado nos quiere sacar: “vamos chicos, ya terminó, saliendo…”. “¿Vos me estás gastando?”, pensamos nosotros, “hasta que no toquen una de SUMO no nos movemos”. El muchacho en cuestión –musa inspiradora de “Músculos”– tiene que tragarse su soberbia cuando la luz se apaga y los músicos vuelven al escenario.
Y empieza así el tramo final, al recontrapalo pero con cierto dejo de nostalgia. “No tan distintos (1989)” es el puntapié inicial para la locura desenfrenada que llega con “Debede”, donde el Teatro explota en un baile frenético. Las sonrisas se multiplican por doquier. Y luego el éxtasis de la mano de “El ojo blindado”, con las gargantas ya desgarradas de tanto gritar, los pies cansados de tanto saltar y una emoción intensa que recorre todo tu cuerpo.
Al comienzo dije que probablemente no iba a poder transmitir ni la mitad de lo que se vive en un show de LAS PELOTAS. Y efectivamente así fue. Mejor para vos (y Para Mí): si todas esas sensaciones fueran plausibles de encasillar en palabras, no podrías sorprenderte y emocionarte cada vez que seas partícipe de un recital de esta banda. Y algo más: por su música, por sus letras, por su actitud, por todo lo que te generan, LAS PELOTAS son, hoy por hoy, una de las mejores bandas –si no la mejor- del país.
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