RESEÑAS
Un círculo que cerrar

De vez en cuando, las excepciones y las situaciones utópicas encuentran su lugar en la realidad. Una vez cada tanto, miles de voces solitarias se encauzan en una única vertiente de sonido que acompañará sus días, bueno o malos. Y esas excepciones a la regla parecen caminar delante de los ojos de una generación entera.
Desde hace poco más de un año, LAS PASTILLAS DEL ABUELO se transformaron en un paradigma alterno al dominante: la mística del tango, los ritmos del candombe, bosquejos rocanroleros desde las entrañas de los barrios y los dilemas existenciales de toda índole e importancia se fundieron en sus letras y música. Y ese mix enmarcado en una propaganda de “boca en boca” les dio la mística para empezar a ser un nuevo eslabón en la cadena de rupturas del rock.
Una cuarta fecha agotada en El Teatro de Flores el domingo pasado y una quinta por venir demuestran que LAS PASTILLAS tienen las expectativas de un ciclo más que superadas. Pero todavía falta.
Cuatro fechas que empezaron puntualmente a las 8.30 de la noche marcan el respeto y manejo que una banda tiene para sí y para su público. Fanáticos que ocupan sus lugares desde tempranas horas son la respuesta a este trato. Un ida y vuelta que bien podría esparcirse en toda la escena.
“José” y “Almafuerte” son los primeros dos temas de los veinticinco que sonarán esa noche. Para los ojos no acostumbrados o novatos frente a esta banda, el recital puede resultar un nuevo tesoro para resguardar en sus mentes. Para las palmas curtidas y los oídos deseosos de lo ya conocido, la postal es la justa y necesaria. Pero para el ojo externo que actúa como nuevo ante los estímulos, pero conoce por vistas anteriores la simpatía de la versión charleston de “Historias” y la furia de “La Chacarera” se pierden y desdibuja su fuerza y energía en el aire.
Los saltos, las banderas, los cantos y el núcleo duro de los seguidores de siempre devuelven esa sonrisa cuando PITY FERNÁNDEZ, una suerte de neo-trovador, desgarra su voz en “Amar y envejecer” y la lleva punto más suave en “Resulta imposible”. Pero la multitud, los gritos y las voces casi ultrasónicas de algunas fanáticas empiezan a estorbar al momento de escuchar letras como la de “Los oportunistas” y la turbia historia de “La casada”.
LPDA llegaron a un punto que pueden jugar en cualquier campo rítmico y siempre ganan: la murga en “Viejo” y los golpes cristalinos desde los teclados en “Osiris” demuestran que los condimentos necesarios para atraer la atención popular están, sin ir en detrimento de la originalidad.
Las incomodidades y las molestias se alejan, la monotonía de lo ya conocido empieza a desaparecer cuando los ritmos festivos de una noche completa y exacta llegan a su fin, con “SKalipso”. Pero algo sigue faltando.
Nuevos matices, enrosques musicales y vientos refrescantes para su estética quizás puedan dar el sustento y los argumentos necesario para que LAS PASTILLAS DEL ABUELO se conviertan en la voz representativa de un momento y un lugar. Pero todo depende si este círculo primigenio se cierre para dar lugar a otro nuevo. Y así, viejos postulados casi arcaicos que atosigan al rock caerán junto con sus hacedores.
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