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The Afghan Whigs: contra marea

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La banda estadounidense se presentó en Buenos Aires por primera vez para brindar un excelente concierto para los pocos que se acercaron a Niceto el martes por la noche.

Hay una anécdota que sirve para ejemplificar el espíritu del primer y seguramente único show de los Afghan Whigs en el país. En 2009, su cantante, Greg Dulli, había unido fuerzas con Mark Lanegan -otro héroe de culto- para formar un grupo, The Gutter Twins, y ese mismo año dieron un gran show en La Trastienda. Terminado el concierto, los músicos salieron a la calle a firmar autógrafos, con un detalle; todos se abalanzaron sobre Lanegan, dejando a Dulli completamente solo, quien se subió inmediatamente a la camioneta que lo depositaría en su habitación de hotel, no sin antes esperar que Mark terminara de hacer sociales.

Los años pasaron y Dulli volvió con Afghan Whigs, su primer amor. Giraron por el mundo, tocaron en los festivales más importantes y sacaron disco nuevo. Por alguna de esas rarezas de la vida, la banda agendó una gira latinoamericana, y si bien en Estados Unidos y Europa son una banda de culto pero que lleva entre 1.000 y 5.000 personas, acá son desconocidos y ni siquiera tienen status de culto o de secreto mejor guardado; no existe la banda en la región, por lo que programarlos para tocar en el Teatro Ópera era una locura. Obviamente, antes de ser cancelado, el show tuvo que ser trasladado a Niceto. ¿El resultado? Un público compuesto por 52 personas, entre fans, curiosos, prensa e invitados.

¿Vieron esa respuesta típica de los músicos de que tocan igual para 50.000 personas que para 50? Bueno, este fue el caso. Convertidos en un septeto (tres guitarras, bajo, batería, teclados y cuerdas) la banda salió a dar el show de su vida, empezando tranquilamente con las nuevas «Parked Outside» y «Metamoros», pero ya demostrando que a pesar de la cantidad de instrumentos sonarían de forma impecable toda la noche. No podría decir que el público se volvió loco al sonar «What jail is like» o «Turn on the water»; cada uno expresa de forma personal su entusiasmo. Podríamos decir que hay dos chicas y dos chicos agarrados a la valla que saltan y cantan todo. Luego hay diez o quince personas entusiasmadas, que acompañan y cantan para sus adentros, mueven sus cabezas y su cuerpo. Y el resto, entre curiosos y tímidos que se limitan a escuchar.

La mezcla sutil entre música negra y rock alternativo, pierde toda sutileza a la hora del vivo. Una banda que está decidida a rockear, que parece disfrutar como si estuviera tocando en un estadio, con un Greg Dulli que grita hasta quebrarse la garganta. Que cuando interpretan canciones como «I’m her slave», «Debonair» o «Uptown again» uno se pregunta cómo es posible que haya tan poca gente. Algunas cosas no tienen explicación.

Si bien el show no parece un ensayo con público, el clima hace que Dulli bromee («¿Hay alguien acá que sepa quienes somos?») y deja elegir a la gente el repertorio, lo que desemboca en el triplete final del disco «Black Love»: «Bulletproof», «Summer Kiss» y «Faded». La banda se despide sin mucha efusividad y el local ya está deshabitado.

Hay una escena en la película «24 hour party people» donde en un concierto de los Sex Pistols sólo hay 42 personas, pero cada una de ellos luego hizo algo trascendental de su vida. «Mientras menos gente, más histórico es el evento», dice el personaje de Tony Wilson.

Cuarenta y dos personas en el concierto de los Pistols, doce en la última cena, Arquímedes que estaba solo en el baño. Los 52 presentes en el show de Afghan Whigs seguramente no cambien la historia de la cultura popular, pero presenciaron, tal vez, el mejor show del año. Lástima que la comunidad rockera se lo perdió. No faltará el que diga «Yo estuve ahí» cuando sean miles las personas que aseguren haber visto el recital, aunque probablemente no. Pero ellos sabrán la verdad: se conocen las caras.

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azafatodegira.com

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