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Tame Impala: Magical Mystery Tour
En una fecha programada en apenas 24 horas, Tame Impala se presentó por segunda vez ante un Teatro Vorterix repleto, el martes por la noche.
Hace poco más de un año desembarcaron los Tame Impala por primera vez en Argentina cuando “Lonerism” (su segundo disco) aún no había visto la luz. Y ya en aquella gira de “reconocimiento”, como un explorador que se adentra en un terreno que desconoce, cosecharon una gran cantidad de fans que hicieron que en estas presentaciones jugaran de local; tal es así que la primera fecha se agotó tres meses antes del show.
Los amagues de una segunda no se concretaron hasta el mismo lunes y en tan sólo horas los fanáticos volvieron a colmar el Vorterix. La espera se hacía llevadera con una música de fondo que no estaba programada al azar; se escucharon tres de las principales (y más populares) influencias de los australianos: “She’s a rainbow” (The Rolling Stones), “Astronomy domine” (Pink Floyd) y “Lucy in the sky with diamonds” (The Beatles).
“Endors toi” inició el viaje de manera expectante, para que inmediatamente “Desire be desire go” contagiara a todos. Como si fueran unos MGMT, (por compararlos con una banda contemporánea de similar estilo pero que no perdió el espíritu rockero) acá el groove lo sigue marcando el bajo y no los sintetizadores. Este es uno de sus grandes aciertos, que en vivo resalta aún más, como se pudo oír en “It is not meant to be”, un trip psicodélico en si mismo. Y para ratificar esto, ahí nomás está el riff de “Elephant” para llevarnos por delante.
Varias de las canciones incluídas en el setlist nos suenan a hits, aunque no recordamos si las hemos escuchado en la radio, o visto un video clip, como el caso de “Why won’t you make up your mind?” o “Solitude is bliss”, que deriva en una elegante zapada. Pero siguiendo ese camino, promediando el show el cuelgue es excesivo, como si quisieran demostrar su virtuosismo, y los temas de larga duración no condensan la urgencia y empatía que provocan. Por suerte esto es solo una percepción pasajera, ya que “Alter ego” nos saca enseguida de letargo.
Desde la batería, austera en cantidad de elementos, “Gumby” Watson comanda con golpes certeros una maquinaria que tiene a los teclados siempre presentes y a dos guitarras cuyos pedales de efectos son, por momentos, grandes protagonistas. Kevin Parker, voz y líder, agradece a los presentes por hacer posible este segundo show arreglado tan solo un día antes: “Es increíble que todo esto esté pasando, ¿Saben? Todo esto lo organizamos ayer”. La devoción del público es tal que ya entonan el clásico “Tame Impala es un sentimiento, no puedo parar”, ante la incredulidad de los miembros de la banda. Continúan con “Feels like we only go backwars”, tal vez su melodía más exquisita que empalaga de tan dulce.
Superando la hora y media los australianos finalizan el crucero espacial con “Nothing that has happened so far has been anything we could control”, otro tour de force lisérgico. Los Beatles continúan teniendo hijos, pero los Tame Impala no son ningunos bastardos. Son descendientes cuyos progenitores estarían orgullosos. El punto de partida podría haber sido “I am the walrus”, acaso el summum psicodélico de los Fab Four, y desde allí construyen una diversidad de universos surrealistas posibles. Incluso el parecido a Lennon de la voz de Parker (no sabemos si intencional o casual) le sienta perfecto al trip en el cual nos envuelven. Las influencias son marcadas, por momentos excesivamente, pero en la ejecución perfecta, ajustada, Tame Impala brinda un show memorable.
*Fotos por Leandro Peredo
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