RESEÑAS

Sueños post-navideños

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Cuesta empezar. Uno no sabe que frase excéntrica puede encabezar una crónica para la parafernalia y teatralidad de una banda como la bien ponderada MANZANA CROMÁTICA PROTOPLASMÁTICA, y la explosión y fusión de LA ZURDA, que pisaron el escenario de Niceto el sábado por la noche.

LA MANZANA es mágica; LA ZURDA, enérgica. Cada una tiene su universo particular, su manera de hacer las cosas, la forma para lograr la sonrisa de su público sin caer en fórmulas ni frases populistas repetidas.

13 personas-cosas sobre las tablas: una flautista/plancha, el cantante/misionero, tecladista/títere o un guitarrista/pochoclo son alguno de los integrantes de ese prolijo rejunte de personajes espaciales y de sonidos ensamblados que sobrevuelan los géneros para crear una pequeña obra de teatro.

Al costado del escenario, un mini-baterista y su respectivo bajista, ambos de tela y manejados por hilos, cumplen con todos los estereotipos y movimientos rockeros durante el mix “Titiritero”-“Rata”. Antes de “Jerónimo”, BOTIS, el cantante, corre detrás del biombo de espejos y aparece con su traje de misionero post-colombino. Con una voz finísima, explica que son viajeros espaciales que cada tanto paran para tocar los temas de su disco “demasiado independiente”, según su cantante. Y uno, rememorando esos pactos cómplices de la infancia, le quiere creer.

Nada está librado al azar en un show de LA MANZANA. La precisión de sonidos donde la voz, los coros, la batería, el bajo, los vientos, la percusión, el teclado y las pistas encajan perfectamente sin nunca cometer un error. Los avatares existenciales del símbolo del circo en “El Payaso”, con una grabación de Arjona que desequilibra a todos, o escuchar la frase inicial de He-Man después de “Pequeña flor” son esas pequeñas concesiones que uno acepta tácitamente.

Ver como en “Naturaleza” la flautista/plancha amasa la masa (frase tan mentada por viejos manuales de nuestros padres) para luego plancharla, literalmente, y convertirla en una pizza que comparte con el grupo, remueve ciertas cuerdas que uno creía dormidas en su interior. Rememorar la risa con historias simples, como la vida repetida de Juan Uno y Juan Dos en “Duplex”, o repensar la vida con “Loro” (ilustrada con títeres con un niño enjaulado que aprende a volar), son esas pequeñas perlas que llegan sin que uno lo espere.

“Confesión”, el último tema, es la melancolía en medio de la algarabía de la banda. Mientras el hombre piñata y corista de la banda recupera su enorme vientre lleno de papel picado, LA MANZANA se va bailando con un hit ochentoso, uno les pide con la mirada que se queden. Pero tienen que seguir con su viaje.

La magia terminó y la realidad golpea con crudeza en las letras de LA ZURDA. El oeste funde sonidos de ska, rock y folk con intentos de esperanza impregnadas en sus líricas que tienen ese tono neutro exportable. La particular voz de MANUEL se extiende en “El mundo”, proveniente del primer disco de la banda, que pronto tendrá su próxima producción de estudio.

“¡Vamos el oeste!”, se escucha desde el público. El oeste tiene el agite que se vuelca recién a mitad del show en “Échale semilla”, “Santa Anita” y el clásico “Tafí del Valle” entre saltos, gritos y empujones. MANUEL y el guitarrista, JUAN, bajan del escenario para atravesar el puente que el público forma con sus brazos en “20 años”, donde explota la energía.

El fin llega rápido, tanto que nadie quiere irse. “Andaré”, con zapada de guitarra incluída, y “Frontera” son lo últimos dos temas. El público pide “Culebrón”, pero el tiempo apremia.

Después de tantas salidas, fiestas y bebida, uno no sabe si todo lo que pasó fue real. Si la carga sonora de LA ZURDA fue tan intensa, si LA MANZANA existe realmente y va por el universo regando su locura. Si fue un sueño, que se repita. Una y mil veces más.

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