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Steven Wilson: Satisfacción garantizada

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El músico ingles volvió a Buenos Aires para entregar un show brillante, como nos tiene acostumbrados, el martes en Groove.

Solo podemos tener una certeza ante un nuevo concierto de Steven Wilson: será una experiencia para recordar. Después de poner en el freezer a su banda, Porcupine Tree, el inglés no solo buscó nuevos horizontes en su música, sino también dónde mostrarla. Ignorada por completo en los años con su grupo, ahora Sudamérica es una plaza recurrente. Es así que esta es su cuarta visita en cuatro años.

Con un Groove realmente colmado, desde el primer acorde de “First Regret” la banda logra lo imposible: hacer que el audio en el lugar sea impecable, proeza que muy pocos han podido realizar. Es que la obsesión por los sonidos es algo recurrente en el músico, y para un maniático del control como él, esto no es un detalle más. También desde el principio vemos otras de sus obsesiones: siempre estar pensando en el presente. A pesar de haber presentado su último disco hace un año en el teatro Vorterix, esta vez redobla la apuesta tocándolo entero y en orden, mientras la música acompaña la película que se sucede en la pantalla. Una tarea que parecería titánica para la mayoría del público en estos tiempos, pero Wilson definitivamente tiene otra visión.

Y es justamente el público el que más festeja esa “otra visión”. La música de Steven es simple y compleja a la vez, llena de pasajes instrumentales y climáticos, pero con la melodía muy presente. Puede ser pop a veces como en “Hand.Cannot.Erase”, delicado en “Routine” y extremadamente complejo en “Ancestral”. Tiene una banda exquisita para llevar a cabo esa música, y aunque todos sean monstruos en su instrumento, el líder aún se pasea oyéndolos y observándolos como si fuera un profesor. Por supuesto, no hay margen para el error.

Charlatán como pocas veces, las tres horas de show se hacen más llevaderas gracias a esto. Eternamente ermitaño, solía ser muy difícil lograr empatía con el músico. El éxito de su carrera solista parece haberlo relajado y puesto en un lugar feliz. Su música ahora es más luminosa, y a pesar de tener los elementos progresivos, ya no posee esa tensión de los años de Porcupine Tree. Tal vez por estar en un lugar mejor es que puede reconciliarse con su pasado y las canciones de su ex banda empiezan a tomar mayor lugar en su repertorio. Por ser Porcupine Tree una joya escondida entre los amantes de este tipo de música y nunca haber podido verla, las intervenciones de canciones como “Lazarus”, “Open Car” o “Don´t hate me” son más que celebradas y cortan con el ambiente teatral del resto del show, y eso le da más aire.

El espíritu de David Bowie marca el show. Como explicaría el músico antes del cover de “Space Oditty”, el duque blanco fue un músico exitoso que nunca complació a nadie. Su música estaba en constante evolución, en constante búsqueda y nunca miró atrás; cualidad que pocos tienen, siendo Frank Zappa y Neil Young algunos de los nombrados. Y aunque él mismo no lo diga, entra en ese club. Por supuesto que no a un nivel masivo, sino a un nivel de éxito donde él se siente cómodo y puede controlar. Pero todo en su carrera es una declaración de principios, una guerra constante sobre todo lo que debería ser la música. La obra de Steven Wilson, guste o no, es una de esos refugios donde la música es sagrada.

Un concierto de tres horas que va subiendo en todo aspecto: el sonido, la intensidad y el juego de imágenes con el telón adelante en “Vermillioncore” y “Sleep Together» te pasa por arriba. El cover de Bowie emociona, “The sound of muzak” te hace tambalear y para “The raven that refused to sing” el viaje de emociones te ha dejado aniquilado.

Wilson se ríe de sí mismo diciendo que hace música triste porque es una persona miserable. Pero es porque puede exorcizar esa miseria a través de la música que logra un estado de felicidad. La melancolía no debe ser triste y The Cure, Joy Division y The Smiths hicieron algunas de las canciones más hermosas del mundo gracias a esto. Steven Wilson llevó su música por otros caminos, pero la esencia es la misma. Sus conciertos son una burbuja en el mundo donde las reglas no aplican. Para quienes realmente aman la música más pura, Steven Wilson es el último mesías.

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azafatodegira.com

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