RESEÑAS
Sonido personal

El pasado viernes a la tarde comenzó ese festival que algunos arriesgaron a decir que es de “paladar negro”; siempre tuvo un line-up con figuras reconocidas mundialmente, pero distintas de aquellas que participan en otros festivales. Quizás menos popular, se podría decir.
Como sea, la entrada fue tranquila, con poca gente (imposible aglutinar veinte mil personas a las cuatro de la tarde de un día laboral, afortunadamente) pero con todos los escenarios funcionando. Algunas promotoras bien dispuestas entregaban mapas del predio, con los horarios y las actividades de cada uno de los cuatro tablados que se repartían en las diez hectáreas del coqueto Club Ciudad de Buenos Aires. Metros más atrás, unos muchachos regalaban chalinas y anteojos, el merchandising de la edición 2009 del festival.
Mientras Tahiti 80 desplegaba su pop para divertirse con acento francés (aprovecharon para presentar su muy buen “Activity center”, editado el año pasado; de allí se desprende el hit “All around”, que, obviamente, tocaron, de una lista de casi quince temas), Nicolás Ibarburu presentaba a su big band, en otro costado del lugar. Este muchacho, que solía ser músico de Jaime Roos y Fito Páez (entre muchos otros artistas), ahora está embarcado en un proyecto más personal: hace algunos meses lanzó “Anfibio”, su primer opus solista. En el vivo, lo acompaña una sólida banda que juega entre el jazz, el blues y el candombe, formándole un interesante colchón a Ibarburu para que se destaque en su labor de guitarrista. También hizo su aparición Julieta Rada (hija de Rubén, claro), una bomba morocha con una enorme voz, para agregarle otra tonalidad al concierto.
Al mismo tiempo, en el escenario principal, Leo García hacía un poco de barullo para un buen puñado de personas que lo acompañaron en canciones archiconocidas como “Reírme más” y “Morrissey”. Y de ahí, había que ir obligatoriamente hasta la otra punta del campo, bien lejos, donde no se filtre ningún otro acorde, para disfrutar de Zero 7.
Los británicos son presentados como un dúo de ingenieros de sonido que trabajaron con Radioheady Pet Shop Boys, características si bien son llamativas, no describen completamente lo que son; en algún punto, falta a la verdad. Sobre el escenario está, por supuesto, el binomio formado por Henry Binns y Sam Hardaker, pero además los acompañan Eddie Stevens, Robin Mullarkey, Tom Skinner y las dos destacadísimas vocalistas: Eska Mtungwazi y Olivia Chaney, negra y rubia, respectivamente.
El show estuvo basado en temas de “Yeah Ghost” (“Medicine man”, “Mr. McGee” y “Swing”, entre otros), placa editada hace pocas semanas, pero se permitieron algunos clásicos propios, como “Destiny” o el gran “Speed dial Nº 2”, para volarle la cabeza a la audiencia que los estaba descubriendo.
Los aplausos para Zero 7 llegaban como eco hasta el escenario principal, en donde Chic, una mítica agrupación de música disco de los 70, estaba terminando su set. Escuchar en vivo pistas como “Le freak” o “Good times” –esos que suenan en las radios adultas, para ponerle onda a la previa del sábado a la noche- fue un flash para los testigos, que bailaban sin problemas.
Ahí nomás estaba David Lebón, otro legendario, bluseando a pesar de su edad (dijo, después del primer tema: “Ya estoy grande para este tipo de cosas, para este festival… quiero estar en mi casa”) y dando a conocer algunas de las composiciones que grabó para “Deja vu”, su último disco.
El nombre de Plaid estaba entre los recomendados de la jornada. La visita de este dúo electrónico, que llega con la bendición del famoso sello británico Warp, prometía, pero lo cierto es que no hay nada de divertido en ver a dos tipos con laptops, haciendo música más apropiada para auriculares. El lugar en donde estaba montado este set, tampoco era el apropiado; la gente entraba y salía, estaba en permanente tránsito, y por momentos llegaba el rumor de otros escenarios. Mejor volver con el Ruso, que regaló una buena versión de “Encuentro con el diablo”, de Serú Girán.
A la hora señalada, todos los que estaban en el Ciudad se movieron al principal. La escenografía parecía un Lego gigante, conformado por bloques blancos. Grandilocuente y minimalista al mismo tiempo, se podría decir. Con cubos de colores en las cabezas, los Pet Shop Boys hicieron su ingreso triunfal y todos esos cubos se encendieron (en rigor de verdad, eran pantallas), dejando en evidencia un magnífico trabajo de escena. “Heart”, conocidísimo, fue el puntapié inicial, al cual le siguió “Did you see me coming?”, de “Yes”, su último disco, editado este año y excusa de este tour.
Cómo se suponía, las imágenes emitidas eran impactantes. Colores, píxeles, dibujos, figuras… un exceso visual que únicamente podemos disfrutar cada vez que nos visitan las bandas grandes.
En otro plano, estaban los bailarines, que con sus coreografías le daban otra dimensión a esos
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