RESEÑAS
Simplemente DIVIDIDOS

DIVIDIDOS volvió a hacer el mismo de hace un par de años atrás. El mismo DIVIDIDOS que supo llenar cuatro veces el Luna Park allá por el año 2000 con aquel “Narigón del siglo”. Y digo que volvió a hacer el mismo por la simple cuestión de que volvieron las risas y la felicidad arriba del escenario. Volvió la stratocaster negra y blanca y volvió el sonido estridente y aplanador. Volvieron las bellas escenografías (esta vez cuatro telas colgadas detrás de CATRIEL CIAVARELLA daban una visión casi pinkfloydiana del escenario, mientras las luces violetas, rojas y azules pintaban las paredes de El Teatro ). Volvió la magia.
Es cierto que en los recitales de DIVIDIDOS los primeros diez temas solo hay que saltarlos y empujar al que tenes adelante. Es ir y meterte bien cerca de las vallas de contención para mirarle la cara al de seguridad. Es meter la nariz bien cerca de la nuca de tu compañero de recital cuidando de que no se te zafe la zapatilla y no se te caiga el pantalón. Y qué decir cuando los miras a ellos, cuando miras a RICARDO MOLLO y DIEGO ARNEDO con tanta historia encima, con las luces penetrando en sus cabezas como rayos láser. Inyectándoles energía pura.
Soplando con el viento
Después de varios reggaes como prefacio, el telón pudo abrirse. Se encendió la mecha. El agite estaba al máximo y la bomba explotó. RICARDO MOLLO, vestido de musculosa negra y pantalón verde oscuro, se plantó delante del micrófono para sus “Buenas noches” y un riff que todavía debe sonar en algunas cabezas.
“Paraguay”, Alma de budín”, “Tanto anteojo”…. seguidilla de canciones que no dieron espacio a la tranquilidad pero si a los retumbantes golpeteos de esos brazos cuasi robóticos de un CATRIEL CIAVARELLA enamorado de un MOHAMED ALI que en forma de póster observó el recital detrás del batero.
Es verdad que esas primeras interpretaciones sonaron bajas y que llegaban a los oídos de los que estaban más atrás un poco sucias. Pero ahí no importaba, estaba tocando DIVIDIDOS y alcanzaba con vislumbrar las cabezas que se sacudían cumpliendo su ritual, mientras los tres titanes arriba del escenario debían romper cabezas y músculos con esos primeros acordes.
Así fue que la energía fue dejándole lugar a la belleza que bien sabe mezclar esta banda en sus conciertos. La furia de “El 38” quedó totalmente eclipsada cuando MOLLO, previa dedicatoria a una fanática de nombre Soledad en su feliz cumpleaños, le achicharrara la cabeza a más de uno con “Cajita musical”, para después (con un DIEGO ARNEDO cada vez más gigante) darle un espacio corto pero contundente a “Haciendo cola para nacer” y a “The End” –la magnifica canción de THE DOORS-.
“No paren de soñar. Nunca.” Fue como RICARDO MOLLO presentó “Vida de topos”. A esa altura ya no había más bengalas. En El Teatro las banderas se agitaban por el viento que destilaban los ventiladores. La gente apiñada en todos los rincones del boliche cantaba “la aplanadora del rocanrol es Divididos la puta que los parió”. En seguida llegó “Sábado” en una versión reggae, con un inspiradísimo DIEGO ARNEDO que tarareaba las canciones y observaba dos banderas colgadas en el balcón del boliche con dedicatorias hacia él.
“Haciendo cosas raras”, “Camarón Bombay”…. aquellas viejas canciones post-SUMO, composiciones hechas un año después de la muerte de LUCA. Sonaron mixturadas con el sonido de “Llegando los monos”, el segundo disco de la banda del pelado.
En seguida llegó la estampida final. “Nextweek” y el “dame tu nesquick nena” que se escuchaba detrás de las paredes mientras las canciones de la lista iban quedando atrás como muñecos arrasados por un sonido furioso. “Zombie” (pedida por un tal Grillo del público) hizo gritar a toda la popular, que agitaba las banderas. “Guarda con la fe, guarda con la mala fe”.
Y más tarde los bises, la emoción del final. El “Cielito lindo” y el agujero que se fabrica en unos tres minutos y algunos segundos. “Traigan el compás y hagan un circulo como se debe”. 1,2 3, va!. Piñas y patadas por el aire. Alguna zapatilla y una nariz rota. Terminó la debacle y había que irse a casa. Pero faltaban dos joyitas. Un “Little Wing” de JIMI HENDRIX que a MOLLO cada día le sale mejor de su garganta. Y “El arriero” para salirse de la lista “oficial” y terminar un recital contundente con un tema muy sentido y cantado por las casi tres mil personas que coparon Colegiales esa noche.
A DIVIDIDOS no hay con que darle. Luego de un show largo y contundente, la aplanadora se despidió hasta su nueva presentación en el Quilmes Rock, que los tendrá en un mismo día con la gente de CAFE TACUBA y LOS PERICOS. Gracias DIVIDIDOS por tanto rock.
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