RESEÑAS

¡Siempre en libertad!

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Siendo las 9 de la noche aún El Teatro está semi vacío. Algunos tempraneros hacen ronda en el suelo y charlan y cantan sus canciones y van comiéndose el tiempo de espera de esa manera. La mayoría aguarda afuera, al filo, tal vez por el calor, o lo más seguro, para escabiar a un precio no tan doloroso para la billetera. Y así van empastándose entonces, una tras la otra, las canciones a capella que recuerdan con cariño al Korneta, mentor de toda esta magia, con su pluma profunda y sus acordes argentinos.

Pasaditas las nueve y media se van las luces y empieza a escucharse la voz del Morocho del Abasto. La gente comienza a arrimarse al escenario, que ya corre su telón y se ilumina para dar paso a los empilchados Gardelitos. Eligen para el comienzo “Dueños del poder”. Le siguen los clásicos “Comandante Marcos” y “Anabel”.

La lista intercala clásicos como “Los querandíes” y “Cobarde para amar” con los más nuevitos, los de Oxígeno”, cuyo contenido pertenece también a la obra de Korneta Suárez. Estas canciones nos arriman a los pensamientos y sentimientos que ocupaban la cabeza de este gran compositor en la última etapa de su vida. Son poesías teñidas de existencialismo. Un pecho hacinado de tanto vacío a su alrededor, vomitando tristeza y esperanza, sorprendido por el rumbo del planeta. “Ya no quiero ver lo negro del mundo, prefiero dar vueltas al sol, hasta encontrar la luz que me alumbre, la ruta que debo seguir”, dice en “Donde las lunas se despiertan”, uno de los temas elegidos para este recital.

Las canciones más festejadas, promediando el show, son “Amando a mi guitarra”, seguida de “Mezclas raras”  y“Gardeliando”, que provocan un pogo de los buenos, retomando la calma de la mano de la bella “Envuelto en llamas”. Eli se dirige poco a los pibes, pero expresándose clara y emotivamente en cada oportunidad, tal como sucede antes de “Nadie cree en mi canción”, uno de los picos del show. Una parejita aquí cerca se canta la letra en la cara y ambos lloran y se abrazan. “No se puede explicar, se siente o no se siente”, había dicho el guitarrista unos minutos antes. 

Cerca del fin, Horacio se luce con un solo de batería para terminar ensamblándose a los demás en “Y todavía quieren más”. En fragmentos como este, así como en las armonías vocales, en ciertos cortes y enganches de temas, quedan en evidencia las horas que el trío se pasa en la sala de ensayo. “No puedo parar mi moto” es la que da fin a la primera etapa, antes de los bises.

Luego de un breve lapso regresan con “Monoblock”, esa zamba que se convierte en terrible rocanrolazo, dando lugar a “América del sur”, en la que el público tapa literalmente a la banda. Todo aquí es fiesta y gargantas al taco. “Cuidate del mundo” es la última: “Guarda una esperanza para tu destino, sigue tu camino sin mirar a otros, si te gusta la música no te reprimas, toca sólo lo que dice tu corazón”.

La gente se retira en paz por las veredas de Flores, porque el tiempo vuelve a correr y nos enjaula nuevamente. Fue tan solo un ratito de eternidad, de rock y de poesía. Un poquito de alimento entre tanta comida rápida. Siempre en libertad, mi amor, como cantaba Korneta.

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