RESEÑAS

Sí, soy un PEZ

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Ir a un show de PEZ equivale a que te cruces en la puerta de entrada y hasta arriba del escenario con una amplia gama de cabezas melenudas prolijamente desprolijas, barbas de semanas y bigotes al por mayor. En el momento previo a que se apaguen las luces es cuando surge la primera pregunta intrascendental de la noche: ¿es posible que exista vinculación alguna entre la banda, su música y el pelaje que yace en los cuerpos finamente iluminados por la luz tenue del salón?

Que el flaquito alto de mostachos retorciditos en las puntas que está delante tuyo, le diga a su acompañante luego de “Rompe el alba”, “Lo que se ve no es lo real” y “Ya nadie lee en estos días” que “te vuelan la peluca” no nos da una respuesta seria a la pregunta, pero sí da una aproximación para describir lo que esas cuatro personas que están arriba del escenario producen a la gente, que mira atónita mientras salta, que grita mientras canta.

Cuando se habla de PEZ, hay que saber desde qué punto se está hablando. Con casi 14 años de trayectoria nadando debajo, contra, en y para la corriente del rock argentino, y con 9 discos en su haber, no es lo mismo hablar del PEZ punk y rabioso, del PEZ grunge, del PEZ tanguero, del PEZ cancionero que del PEZ setentoso y progresivo.

El show del viernes, que arrancó pasadas las 9.30 de la noche, fue un paseo por todos esos peces y también por los que vendrán.

Los temas nuevos que presentaron, como “El jodo”, muestra al cuarteto en su mejor estado de existencia: más cerca de la distorsión que de la canción, suenan ajustadísimos.

Y ahí aparece la segunda pregunta irrelevante (pero más profunda) de la noche: ¿Por qué tendemos a cerrar los ojos cuando algo nos da placer?

A medida que pasan “Fuerza”, “Por siempre”, “Maldición” y “Al Espacio” tratamos de encontrarle la respuesta: ¿para sentir más? ¿Para alargar su duración? ¿Para concentrarnos en la infinidad de imágenes, colores y olores que atraviesan nuestro cuerpo y las paredes? En el escenario, los cuatro músicos los cierran en sintonía cual orgía sónica. A sus pies, son cientos.

Entre tema y tema, el gordo MINIMAL afina su guitarra. Hay poco espacio para el dialogo y la ironía. Se nota cuando canta que es de esas personas a las que les brotan canciones por esos poros que, por algo, están tatuados para siempre.

Pero no está solo en esta caída libre al vacío llamada PEZ. PEPO LIMERES (piano eléctrico/ sintetizadores/teclados) es un punto aparte. Frenético y preciso, por momentos suena tan imprescindible como lo fue RAY MANZAREK para los DOORS. Los golpes al parche de FRANCO SALVADOR (batería y coros) y las slapeadas de FOSFORO (bajo) -que dan forma a esos solos infinitos- disparan otra cantidad de preguntas existencialistas pero ya no queda tiempo ni ganas para pensar.

FEDERICO TERRANOVA (FUTBOL/P.O. FERNANDEZ FIERRO) fue el violinista invitado en “La estética del resentimiento” y en “El viaje”, canción épica del último disco “Hoy” (tan simple como complejo; tan fortificante como enervante), editado el año pasado y con el que lograron finalmente -según declaraciones de ARIEL- “bajar la intensidad”.

Luego de “Para las almas sensibles”, “Haciendo real el sueño imposible” y después de “Respeto”, habiendo dejado atrás el último acople y distorsión, ya con las luces prendidas, apareció la última pregunta de la noche: ¿la música tiene ese poder trascendental que dicen que tiene?

La respuesta se encontró, finalmente, al cerrar los ojos y al ver que las cabezas melenudas ya no estaban.

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