RESEÑAS
Sábado, escribe tu pluma…

Regadas sobre el escenario, luces de colores. Colores que engalanan una atmósfera plagada de mesas. Mesas que, en su despliegue de alcohol, son envueltas por personas. Personas expectantes por verlo a él. Él, quien expone su esencia sin disimulos mediante la música. Música que brota de lo más profundo de su ser y que decide compartir como un regalo. Regalo que se va formando estrofa a estrofa.
“La calle” rodea las gargantas con su nostalgia. De esta forma comienza el embrujo de FRANCISCO BOCHATÓN en La Trastienda. Llegan y se van melodías surcando pasajes jóvenes (“Sábado”, “Nazareno”) y trazos añejos (“Maratón de torturas”, “Mundo de acción”). Hasta que el juglar que domina la escena se queda solo con su guitarra –fiel compañía de días de dolor y de placer–. Entonces, vuelan hasta los ávidos oídos “El beso de tus ojos” y “Luces”.
Regresan a las tablas quienes acompañan en la noche sabatina -devenida en madrugada de domingo- al poeta. “Hagamos un aplauso benefactor”, suelta antes de presentarlos. Ellos son: FERNANDO KABUSACKI (guitarra), CHRISTIAN FABRIZIO (batería) y MATÍAS MANGO (teclado/bajo). Con la definida como “súper orquesta”, la hipnótica y psicodélica versión de “Amo el jardín” (perteneciente a su ex banda PELIGROSOS GORRIONES) se entremezcla con frases de la calamaresca “Flaca”, junto con “Amor y dureza” de CLAP.
Las composiciones son poesía pura. Una descarnada y bella confesión de sentimientos. Recuentos de días felices y de tristezas intrínsecas. Encuentros y despedidas plasmados en la eternidad de una canción con la magia de un ser que ríe y llora a través de su pluma.
“Gracias y todo eso que no se dice con las palabras”, manifiesta con su dulce voz. Es que su mensaje se siente, reverbera interiormente, y enciende una marabunta de emociones. Promediando la mitad del encuentro, BOCHATÓN demuestra que no sólo puede conmover, sino también conseguir chispeantes sonrisas con sus ocurrencias. “Yo vivo en una ciudad donde la gente toma cocaína”, parafrasea cambiando el sentido del conocido tema de MIGUEL CANTILO. También dialoga y bromea con el público en un clima de total intimidad y confianza.
El show se mece entre la excitación y el sosiego musical, entre el acompañamiento instrumental y la solitaria guitarra. Va en degradé y en ascenso; de “El gusano” a “Pastillas Celestes” o de “Pinamar” hasta “Antena”. “Estacas” es una señal de que el hechizo tiene un fin. Pero todavía no es el momento de abrir los ojos a la helada realidad de los pasajes de San Telmo: todo continúa con “Las almas”. También vuelve a aparecer el improvisado costado de loca comicidad representando y entonando “pica mi caballo que está en la puerta de aquel camino real”.
Luego de más de dos horas de recital, “Siempre acampa” flamea el orgullo de ser la última pieza. Así queda armado el rompecabezas de más de treinta temas. Todo es perfecto en este instante. No importa el frío, ni la hora, ni nada. Las almas se retiran, inundadas de la hermosa sonoridad obsequiada, a contar -o tal vez guardar con recelo- lo vivido.
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