RESEÑAS
Regui suburbano en el oeste

Si vivís en el Oeste ya sabés como llegar a Castelar. Studio Bar, otrora boliche de moda en la zona de boliches del barrio, se encuentra a dos cuadras de la estación del Sarmiento: bien podés llegar en tren o en cualquiera de los bondis de numeración inverosímil como el 336, el 422 o el 395 (ramales a, b y c). Si sos de Capital mejor tomate el tren y caminá un par de cuadras, no sea cosa que termines en San Miguel o Moreno por confundirte en alguno de los colectivos.
Lo de la entrada es lo normal: un patovica te pide la entrada o acreditación, otro te cachea y otro te sugiere que pases por el detector de metales (las tachas están permitidas en un reci de reggae, así que el pitido del detector no alarma a nadie). Adentro vas a ver una sala completamente vacía con un par de borrachos ordenando la cabeza y otra atiborrada de gente. Al fondo va a estar RESISTENCIA tocando.
Vas a encontrarte con lo frecuente en un recital de reggae: olor, humedad y público. De lo último, lo más variado: rolingas, jipis, punkies y algún que otro chabón despistado que cayó en el boliche sin saber que ahora le toca el turno a una banda. Un hermano rasta te va a pedir una seda, quizá otro haga lo mismo y te convide de su cerveza (cosa que de por sí es una muestra de generosidad intensa porque un vaso normalito cuesta 5 pesitos); la gente va a estar bailoteando apretada. Sí, te vas a encontrar con un buen clima.
LUIS (voz y hermano rasta con una botella de vino tinto en la mano) va a preguntar si hay alguien que lo esté viendo por primera vez. Si es así, levantá la mano; si no, lo vas a ver sonreir y decir que está bien porque “estamos los de siempre”. Vas a reconocerlo porque está bien al frente, por las rastitas, por su sombrero y sus morisquetas, pero sobre todo por su voz, a veces melosa, a veces irónica.
Ellos no tienen nada que ver con NOFX ni con los reggaes de RANCID, sabelo. Aún así, las carga de protesta de las letras emociona al punto de llevar a la gente a hacer mosh y pogo (sí, pogo reggae). Escucharás cosas como que a ellos no los sacan ni con la Gendarmería ni la fuerza policial o que no llores y pelees, porque es como va a decir LUIS: “¿de qué sirve llorar?”. Y ahí te vas a olvidar de los rolos y los jipis y te vas a sentir en comunión como si estuvieras viendo a SIN DIOS.
Si prestás atención, vas a notar que ahora la banda tiene 8 integrantes y vas a verlos presentarse uno a uno en sus habilidades. JESUCRISTO (tecladista) va a hacer los milagros y va a recibir elogios y bendiciones por parte del público; el metal va a estar a cargo del pelado simpático que toca la primera viola; el percusionista va a estar sentado en el suelo y el resto de la banda va a estar impecable. Suenan muy bien y mueven.
Te va a causar gracia eso de que estamos cada vez más yanquis (cosa real pero con una carga de ironía y chiste innegable). Te arrancará sonrisas lo del personal trainer y que “tu video clip se convierta en un hit”. Para ese momento te vas a abrazar con cualquiera, vas a escabiar con cualquiera que esté dispuesto a compartir sus caras y pequeñas raciones de birra y puede que estés medio chino solo por los perfumes del lugar.
Cuando canten que estamos separados por el miedo y que por eso nos esquilan como ovejas el pogo amenazará con tirar las cajas de sonido… no te preocupes que es reggae. Tampoco te enrosques si escuchas el riff rolo ese metido en el medio de una canción: ellos son hijos de mama reggae y papá rock, pero PITY de INTOXICADOS no va a estar esta vez. En un momento al pelado va a anunciar que se va a realizar un encuentro en la quinta de Paso del Rey (bien suburbana) con chori, paty y vino a un año de haberse realizado el primer encuentro. Quizá te den ganas de ir, tendrías que conseguir otra lista de bondis aunque sabés que el tren siempre te salva las papas. Después la banda va a seguir haciendo de las suyas y protestando.
Dos detalles de LUIS que te van a llamar la atención: el saludo que hace al finalizar cada tema, algo de los rastas que tal vez no entiendas o compartas pero que resulta sincero; y su forma de fumar cigarrillos uno detrás de otro (si te ponés suspicaz te va a parecer que el grandote en realidad no fuma pero que le gusta estar echando humo constantemente). Más adelante no te va a importar y vas a dejar el cabeceo inicial para convertirte en uno más que se mueve en la cadencia de los ritmos suburbanos.
Cuando te vayas, saludalos a todos y cada uno de los presentes. Los vas a volver a ver o te van a dar ganas de volver a verlos, porque RESISTENCIA genera esa cosa de unión que pocas bandas logran: no importa de qué palo seas, la banda te recibe con los brazos abiertos.
Teniendo en cuenta estas sugerencias, vas a encontrar la forma de meterte en un recital de RESISTENCIA SUBURBANA sin preocuparte de mucho más de lo que vas a ver y sentir. Es una experiencia más que recomendable y no vas a ver la hora de repetirla en cuanto se te presente la oportunidad.
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