RESEÑAS

Recuerdo eterno

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Cuando ambas agrupaciones compartieron escenario en 2005, sus presentes eran diferentes. Judas Priest estaba en un gran momento con el regreso de Rob Halford a las voces, y Whitesnake vivía solo de sus viejos clásicos ya que no editaba cosas nuevas desde 1997. En 2011 se da lo opuesto: Judas Priest esta despidiéndose de las giras mundiales, mientras Whitesnake lanzó dos grandes placas (“Good to be bad” -2008- y “Forevermore” -2011-) que los reposicionó nuevamente. Entonces, era una buena medida para ver sus actualidades.

Versión 2011

Tras la apertura de puertas, Lovorne y Tren Loco entretuvieron al público con disimiles actuaciones. Por su lado, Lovorne cumplió con un correcto set gracias a su clásico rock and roll y a la postura desafiante de Luciano Napolitano (voz y guitarra), mientras que Tren Loco, con un sonido saturado, no generó el espíritu festivo deseado.

Era el turno de Whitesnake, en su cuarta presentación en el país. La eterna intro de “My generation”, de The Who, encendió a una multitud que estaba algo distante, y que con el trío inicial formado por “Give me all your love”, “Love ain’t no stranger” y “Is this love” terminaría de entrar en calor. Desde la platea baja, el sonido no convencía en plenitud hasta que para la reciente y sensible balada “Forevermore” todo tomaría otro color. Si bien pocos conocían las nuevas melodías, aportan vigencia y frescura para el futuro de la serpiente.

La voz de David Coverdale está en buena forma, aunque lejos de la excelencia de antaño. Quizás en los viejos temas como “In this love”, “Here i go again” y “Still of the night” se note un poco más; ahí es donde aparecen los coros de sus compañeros para tapar esos huecos. Para impresionar mejor, Coverdale se despachó a capela con “Soldier of fortune”, de Deep Purple. También sacó a relucir su simpatía cuando una fan le tiró una tanga roja e hizo referencia a la situación.

Al dueto de guitarras formado por Doug Aldrich y Reb Beach (están desde el 2002), se le sumaron el último año Brian Tichy (batería), Michael Devin (bajo) y Brian Ruedy (teclados). Sin lugar a dudas, esta nueva base los volcó hacia un sonido más pesado dejando casi a un lado los contactos con el blues. Las opiniones entre sus seguidores fueron diversas; los nuevos fans quedaron fascinados por este poderío, en cambio los viejos seguidores se sintieron algo defraudados.

Fallo unánime

Judas Priest necesitaba despedirse del público argentino con un show que generara admiración. Por una u otra cosa, en sus presentaciones anteriores se escucharon algunas voces disconformes, por eso era el momento para no dejar márgenes de duda. Entonces cuando a las 21 se apagaron las luces del estadio y comenzó a sonar la intro “Battle hymn”, todo parecía indicar que sería así. Y justamente con los primeros acordes de “Rapid fire” se estaba empezando a cumplir, ya que la banda estaba sonando de forma brillante y la actitud era siendo demoledora.

Rob Halford, con su presencia atrayente, siempre causa éxtasis por sus agudos mágicos e inmortales. Las versiones de “Heading out to the highway”, “Victim of changes” y “Diamonds and rust” tuvieron su beneficio con una performance genial por parte de Halford. También ayudó Richie Faulkner en reemplazo del histórico guitarrista K.K. Downing, ya que le dio un plus de energía al grupo para el vivo.

Como parte de su última gira mundial, Judas Priest decidió incluir en su lista canciones de todos los álbumes, sean o no clásicos, a excepción de los dos discos de Tim ‘Ripper’ Owens. De este modo, no llamó la atención que se haya escuchado una melodía del debut “Rocka rolla” (1974) como “Never satisfied”; “Turbo lover”, del criticado “Turbo”(1986); o “Blood red skies”, de “Ram it down” (1988). Para cada tema se iban intercalando imágenes de las tapas con acciones en relación a la historia.

Himnos como “Breaking the law” y “Painkiller”, el momento eterno de la moto con “Hell bent for leather” y la fiesta con “Living after midnight”, puntos altísimos del último segmento del concierto. Más de dos horas de show, 21 canciones de 14 discos de estudio, 40 años de carrera, 60 años o más para sus integrantes históricos, 35 mil personas, son algunos de los números que dejaron en su función final.

“¿Para qué se retiran? Si están enteros”, se escuchaba entre el público. “Es como ser goleador, y retirarte del futbol”, decía otro. Finalmente Judas Priest pudo convencer a cada uno de los espectadores con una performance genial, la cual quedará en la historia como el mejor show en Argentina. 

Redacción ElAcople.com

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