RESEÑAS
Quedándote o yéndote
Bouchard y Lavalle rebasaba de gente que, agazapada, buscaba protección de esas gotas traicioneras que se meten entre la ropa por detrás del cuello y van hasta abajo, hasta que la tela absorba. Ahí nomás, el refugio, el campo donde se iba a cocer el baile favorito del público panamericano. Del público argentino, en realidad, que agotó dos funciones y va por una tercera. Hablamos de tres Luna Park, alrededor de 24 mil personas, para ver a Calle 13, la nueva sensación, la nueva religión. El sabor del momento. Pero no sólo son fanáticos los que prestan el oído. Sabemos que las cosas más perfectas son aquellas que generan una polaridad entre “adherentes” y “detractores”, sin dejar nada en el medio. Acá todavía hay grises: hay quienes disfrutan del arte de los boricuas sin culpas, pero sin creerles demasiado.
Un video de introducción explicó cómo armar una bomba casera y biológica. Terminó con una cuenta regresiva que calentó el ambiente todavía más (25 grados afuera del estadio, por lo menos 10 más adentro), mientras de a poco se iban acomodando los protagonistas. Sobre los primeros acordes del “Baile de los pobres”, apareció el nuevo ídolo globalizado, René Pérez Joglar. ¿Quién? Residente, el vocalista, ese pibe rapadito, algo reo, siempre en cuero y pantalones de gimnasia; gesto duro para las cámaras, palabras dulces para las chicas. Para esas que se mean por él porque es “calle trece”. Si no lo fuera, se le cruzarían de vereda al verlo, le tendrían miedo. Además, tiene carta blanca para hablar. Habla, habla y habla. Se tira contra el Norte poderoso, dice que no es millonario y que tampoco tiene la vida resuelta, aunque su cara, su nombre, su nickname y su manifiesto son íconos harto conocidos alrededor del mundo. Surgen las dudas, se nota lo delgada de la línea que divide al “mensaje comprometido” de la “demagogia chamuyada”. El receptor puede caer en la ingenuidad y no cuestionarlo tanto, no cuestionarse a uno mismo lo suficiente. Y así es cómo se logra tener cautivo al público.
No sólo por eso, claro. También hay una muy buena banda, que suena ajustada, poderosa: guitarra, bajo, batería, percusión, vientos e Ileana Cabra, segunda voz y promesa de bomba sexual; todos manejados por el Visitante (Eduardo Cabra, el siamés musical del Residente) y con ella, las intenciones de tirar toda la carne al asador de movida. Mientras terminaba el primer tema, introdujeron al invitado de lujo para el segundo. Andrés Calamaro, voz, telecaster, bandana y lentes negros en “No hay nadie como tu”; lo que puede leerse como un continuado de la vida actual del Salmón: hoy no canta otra cosa que canciones de amor. Lo pueden probar en su blog.
La intensidad siguió al límite. Hits nuevos (“Vamo’ a portarnos mal”, “La bala”), de los primeros (una versión nü-metalera de “Suave”, “Me voy pal’ Norte”, “Cumbia de los aburridos”) y pequeños momentos en los que Residente regaló carisma: en la balada cósmica “Un beso de desayuno”invitó a una chica del público para cantarle a los oídos. De Sandro para acá, un recurso del que se sirvieron todos los frontman que quisieron.
También hubo murga y actores en escena para explicitar lo dicho en las canciones. O por lo que se entendía de ellas. La maldita acústica del lugar hizo de las suyas, haciendo que el sonido rebotara en el techo y las paredes. Por momentos sólo se podía oir una bola de ruido espantosa y la voz de uno que como cantante no es tan bueno como lo es rimando. En vivo se le desinfla la voz, grita ahí en donde en los discos entona. Esto no le quita méritos, su poder de rima es su talento, que no es poco. Para muestra basta un botón: el público no pudo entonar un cantito en apoyo al grupo. La métrica del nombre no encaja en casi ninguna de las clásicas arengas rockeras que conocemos por acá. Recién al final salió uno redondito. Y si de los 8 mil no fueron muchos los que pudieron hacerlo, es porque rimar no es para cualquiera. Aplausos para Residente.
Desde el escenario se llamó a la unidad, a que no existan fronteras, a ser tolerantes con el “distinto”. En definitiva, somos todos seres humanos. Lo que estaba implícito (un ejemplo: se suprimió el clásico “cordón de seguridad” humano que habitualmente se interpone entre el escenario y los espectadores) tomó forma de evidencia con el gran “Latinoamérica”, un huayno desgarrador, un himno de estos tiempos, con un estribillo que incita a besar en la boca a la Pachamama y salir a fusilar empresarios y dueños del mundo. El último éxito, “Calma pueblo”, amplió la idea con esa frase tan certera como mentirosa que dice: “lo que sientes tu lo siento yo/porque yo soy como tu, tu eres como yo, papá”.
Pero para que no nos olvidemos que también nos cabe, el final fue pum para arriba: “Electro movimiento” y “Fiesta de locos”. Y listo, a mano con Dios y con el Diablo. Con el público y conmigo mismo. Con los de la compañía discográfica y con los que me alientan a hacer la revolución. Quedate o andate, elegí vos. Esto es Calle 13, ¿qué te parece?
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