RESEÑAS
Polaridades

En un extremo, los movimientos son inagotables. En el otro, reina la calma y las acciones precisas, casi imperceptibles desde abajo. Sigue la fanfarria, los saltos y el agite constante. Mientras él, el hacedor, mantiene su cara inalterable.
Es de noche, y la voz de GABRIEL DÍAZ comenzó a palpitar ritmos de rocanrol con “Tierra de Nadie”. BLUES MOTEL es así: exacto, conciso y prolífico.
Tres discos en un año; “Golpea”, “En la casa de piedra” y “Desde el árbol”; les dan la excusa perfecta para jugar con cada tramo de su historia reciente en cualquier recital. Tema viejo o relativamente nuevo es sabido y correspondientemente cantado por un público que sería el deleite de cualquier análisis socio-cultural por su heterogeneidad de edades y costumbres.
Los que saltan con zapatillas de lona ya gastadas y los que se mantienen calmos por el cansancio de un día en oficina se entremezclan hasta volverse una masa compacta que ocupa todo el espacio frente al escenario de La Trastienda.
Después del cover de “I´m losing you” y el tema rescatado de placa anteriores, “Tan Blanca”, aparece tras un retraso el tecladista, SEBASTIÁN VOYATJIDES. La euforia y la vitalidad de las teclas se expanden en toda la melodía, en las letras, en el aire. En el público.
Sonidos prolijos de rocanrol; ese, el clásico y también el más olvidado en los últimos sonidos que pueblan la actualidad; tienen un mentor que está ahí, siempre presente, pero oculto en el extremo contrario.
“Escribo palabras que me hacen caer”, entona el cantante. El público, siempre dispuesto a sostenerlo, se une a esa expresión ante la atadura de las definiciones. Como onda expansiva, los pies, que hasta el momento no se movían, comienzan a ser parte de la música. Y él, inmutable, cumpliendo su labor desde lo alto.
La madrugada cayó sobre el cansancio del fin del día, para transformarlo en energía y movimiento hasta el último tema de la noche, “Estrella country”.
Pero (casi) nada de esto sería así sin la calma frente al escenario y sobre el público. Sin que nadie lo miré demasiado, ahí está MARIANO “MANZA” ESAÍN, ese productor casi camaleónico que siempre sale victorioso, ya sea bordeando el indie o el rocanrol. Los sonidos ajustados y exactos llegan de su mano, aunque todo parezca ser directamente producto del escenario. Es la polea que nivel y deja salir de manera justa lo que debe escucharse.
La excitación del final perdura puertas afuera, mientras el frío empieza a templar los ánimos. El escenario sigue emanando calor. Y ahí, en el extremo, todo sigue en calma y orden. La necesaria para generar el mejor y más provechoso de los avernos.
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