RESEÑAS

Países y esperanzas

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“Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”, gritan a corazón abierto miles de presentes sobre la Avenida 9 de Julio en lo que es la mayor movilización de masas de la historia argentina, con más de 2 millones de personas festejando los 200 años de la Revolución de Mayo.

Los subtes y colectivos (liberados para la ocasión), explotan de familias embanderadas en celeste y blanco. Reina la alegría, el respeto, el orgullo patrio, ese que supimos dejar solo para cuando juega la selección, pero hoy sale a relucir como nunca en el aniversario de aquella gesta histórica.

El Gobierno nacional había planteado un gran festejo a nivel artístico y cultural, pero se dudaba de cuántos argentinos se acoplarían a celebrarlo, y son estos los que dan la verdadera nota en las calles, desde el viernes y hasta hoy, cuando el desfile ideado por la compañía Fuerza Bruta (dirigida por Diqui James) se roba todas las miradas en un cierre histórico.

Desde Plaza de Mayo, bajando por Diagonal Norte y hasta el Obelisco, donde toma el llamado “Paseo del Bicentenario” sobre 9 de Julio, 19 carrozas inspiradas en momentos históricos y símbolos patrios, nos llenan la vista y el corazón a su pasada, roban lágrimas, sonrisas, maravillan y sorprenden.

Volando por los aires pasa una acróbata que representa a la patria, se oyen las quenas de los Pueblos Originarios, los inmigrantes aparecen en un barco inmenso, y el tango se mezcla con las taxis porteños. 

Cuelgan heladeras (línea blanca) y se arma un Siam Di Tella marcando la importancia de la industria nacional (que-supimos-destruir), aparecen los movimientos sociales, los gremios, y también el fuego de los golpes de estado quema la Constitución y las urnas.

Se enciende la luz (del alma) en los pañuelos de las Madres, y bajo la lluvia suenan bombas que matan a  los jóvenes soldados que fueron a Malvinas. Vuelan billetes hiperinflacionarios, y aparece el presente en los maestros, médicos, y las murgas porteñas.

DJ Zuker cierra la larga fila de 2.000 artistas desde las bandejas, y atrás lo siguen varias cuadras de público (¿así será el Love Parade alemán?) que deliran con remixes de “La bestia pop”, “Nada personal”, “Dame fuego” y muchísimas cumbias que son recibidas con alegría y mucho baile.

Apostado sobre el gran escenario que se erige a los pies del Obelisco, Fito Páez entrega un show inolvidable que lo ubica entre los grandes músicos populares de la historia del rock. “Tumbas de la gloria”, “Ciudad de pobres corazones”, “Brillante sobre el mic” y “Mariposa Technicolor” son algunas de las gemas que son coreadas por cuadras repletas de argentinos.

La inolvidable jornada termina a las 2 de la madrugada en punto, con una gran cantidad de artistas sobre el escenario entonando el himno, junto con un coro de cientos de miles de almas, y una batería de fuegos artificiales que iluminan el cielo.

Minutos antes, el cubano Pablo Milanés compartía escenario con Páez para hacer “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, esa poesía emocionante que reza: “Y hablo de países y de esperanzas, hablo por la vida, hablo por la nada, hablo de cambiar ésta, nuestra casa”. Unos versos que dicen mucho sobre nuestra Argentina, la de ahora.

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