OPINIÓN

Otra vez gripe porcina

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Rubén Carballo apareció 12 horas después del recital en las cercanías del Estadio Vélez Sarsfield, inconsciente, con fractura de cráneo y muerte cerebral.

Al no haber autopsia posible ni testigos presenciales, las versiones que surgen son las de los bandos opuestos: La Policía Federal por un lado, y la familia y amigos de Rubén, por el otro.

Los uniformados indican que el joven de 17 años, al verse imposibilitado de ingresar por la puerta de entrada, habría subido a la autopista 25 de mayo y al intentar saltar hacia una red para bajar luego a un sector que lindaba con el estadio, cayó y eso produjo la fractura que hoy lo tiene en coma profundo.

Por el otro lado están las versiones familiares y de amigos. En este sentido, los allegados que estuvieron en la sala de internación afirman que el cuerpo de Rubén tiene marcas de bastonazos y secuelas de balas de goma, y suponen que su estado de salud es producto de la brutalidad de la Policía Federal. Y en última instancia está lo comprobable a pocas horas de ocurrido el suceso.

Rubén Carballo tenía su entrada desde hace dos meses y cometió “el pecado” de hacer la fila para entrar a un recital. Fue legalmente correcto como otros tantos y al parecer ése fue el error. Fue reprimido por las fuerzas de seguridad, ciudadanos como él, pero que velaron por la integridad de aquellos que no habían pagado para entrar, e hicieron catarsis con balas de goma, gases lacrimógenos y palazos contra aquellos que sí tenían su entrada.

¿Por qué?

Por lo de siempre. El problema, en realidad, es de fondo. Y cabe preguntarnos: ¿Quiénes son aquellos que velan por la seguridad ciudadana? ¿Se los capacita realmente para portar un arma?

La respuesta es NO. Y la culpa es del chancho, del que le da de comer y de aquellos que bañan al puerco también.

Hoy, 17 de noviembre, no podemos discernir todavía si Rubén se encuentra en coma porque cayó desde 7 metros de altura, o porque fue brutalmente golpeado por aquellos que cuidan a los que están dentro de la ley.

De todas formas, ambas situaciones no deberían haber sucedido.

Si efectivamente, como dicen nuestras fuerzas de seguridad, Rubén cayó por querer entrar por donde no debía, la culpa recae en aquellos que no lo dejaron pasar por donde sí debía, podía y estaba habilitado por haber pagado su entrada.

La otra hipótesis asusta, pero no sorprende. Bulacio no fue un caso aislado y este tampoco lo es. En el medio hay 18 años y varios casos de represión policial injustificada en recitales que no tomaron relevancia mediática pero que sí existieron, y de ello dan cuenta miles de testigos, asiduos concurrentes a eventos de rock.

Por otro lado, tampoco hay que pecar de ilusos. Así como hay mayoría de policías incapacitados para estar al servicio de la comunidad, hay una minoría de concurrentes a recitales de rock, también incapacitados para tal fin y en constante búsqueda de algún tipo de conflicto.

Sin embargo, estamos hablando de mayoría contra minoría. Uso legítimo de las armas contra el uso ilegitimo de cualquier cosa.

Lo que sí se puede decir, aseverar, jurar por nuestros seres más queridos, es que Rubén Carballo tendría que haber estado adentro del estadio porque tenía su entrada. Y como él, otros cientos que también tenían su entrada pero que fueron reprimidos brutalmente por aquellos que brindan un servicio a la comunidad.

Y ya no se trata de utopías pensar que, en realidad, todos somos seres humanos y que la policía y los familiares deberían tener las mismas versiones de los sucesos. Se trata de una utopía utópica pensar que estos hechos, quizás, algún día no sucedan más.

En épocas en que la “lucha contra el flagelo de la inseguridad” es tapa de diarios y consigna que gana elecciones, cabe preguntarnos por quiénes son aquellos que velan por nuestra integridad y cuáles son sus capacidades para dicha tarea. Y éste ya es un tema que no compete solo al rock. O a lo que queda de él.

Como ya se dijo: el problema es del chancho, de quien lo alimenta y de quienes lo bañan, pero es de fondo y empieza por aquel que le da alimento, porque sin comida, no hay chancho, y sin puerco, no hay gripe porcina tampoco.

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