RESEÑAS

No tan distintos

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Un viernes de calor que parte al mes de enero por la mitad hace suponer que la Perito está desierta como consecuencia del éxodo turístico, pero no. Cruzando el Puente Alsina hay una banda loca que grita Las Pelotas hasta que me muera” en la fila del Salón Rock Sur. Allí Pompeya no duerme, despierta. Si bien esos jóvenes portan remeras que aluden a su grupo favorito o a un tano pelado que revolucionó la escena rockera de los ’80, antes de Daffunchio & cía. va a tocar un conjunto mendocino que pondrá caliente el ambiente. Veamos.

A las 0:17, ni un minuto más ni un minuto menos, los muchachos de Karamelo Santo encendieron el fuego con Luna Loca. Le siguieron El baile oficial, Negro y No anda, sacudones de ska y punk para felicidad de las cientas de almas presentes. La noche recién nacía. Goy y los suyos lucían dispuestos a darle rienda suelta al clima alegre arengando sin parar al público, receptor de una energía que devolvía efusivamente al escenario. Continuando este plan, manifiestos como Soy cuyano y Niño de fuego alargaron el segmento más sudoroso, que llegó a su fin bailando ritmos indecentes en clave cumbia/reggae de la mano de Que no digan nunca y Vivo en una isla.

La pausa merecida arribó promediando el show, con la bellísima Barajas y Get Up, Stand Up, de Bob Marley. A esa altura del partido quedaba claro que tantos kilómetros de ruta no se podían equivocar: el consagrado octeto cuyano suena ajustado, refregando en las caras su chapa internacional traducida en una performance más que sólida.

Corroborada quedó la sensación de madurez en el empujoncito final. La reconocida Fruta amarga -con un extracto de Kaya intermedio-, Tomate un vino/Mamina -con la gente sentada rindiendo pleitesía a la Pachamama por expreso pedido de Gody– y La kulebra del amor, cerraron el fantástico espectáculo propinado por los mendocinos. “Feliz dos mil Diego para todos” dijeron, y todos contentos.

Luego: descanso, baño, cerveza, besos, abrazos. Imágenes comunes que se repiten dentro de un receso recitalero.

Y ahí están Las Pelotas, escribiendo su historia contra viento y marea. El comienzo fue en tono político: Saben, Basta y Desaparecido. Después de preguntarse exclamativamente dónde está Julio López, Germán Daffunchio y su troupe saltaron del pop (¿Qué podés dar?) a la balada (Pasajeros) y desde allí al reggae (Siento, luego existo, Transparente, Que estés sonriendo y Hawai, ésta última con dedicatoria de los peloteros al Bocha que lo mira desde el cielo).

En esta etapa post Sokol recientemente se sumó Tavo Kupinski como guitarrista invitado. Con su estilo, el ex piojosole agrega una valiosa cuota de virtuosismo al quinteto. Además, tal como apuntó Tomás Sussmann en este sitio, gracias a su presencia permite que el líder de Las Pelotas se despegue de la viola y se pruebe el incómodo rol de frontman, aquel que le calzaba perfecto a los recordados amigos que supieron acompañarlo por el sendero del rock.

Sobre el cenit del viaje, Personalmente se transformó en una de las más festejadas de Despierta; Cuando podrás amar fue coreada tiernamente por todo el reducto; y Capitán América afianzó el odio visceral hacia el país gobernado por Barack Obama.

Redondeando un gran show, el clásico Sin hilo y la hermosamente angustiosa Sueño de mendigos parecían ser parte del último acto. Sin embargo, Las Pelotas no podía culminar su repertorio sin citar a Alejandro Sokol. De este modo, a un año de su muerte, El cazador obró de homenaje a la memoria del artista. El momento más emotivo de la jornada fue retribuido con un sentido aplauso cerrado, mientras algunos apuntaban su mirada al cielo. Quedó tiempo para que Shine desatara el nudo en la garganta, despidiendo con fervor el concierto. Ahora sí, el desenlace era un hecho.

Pese a que se trate de dos bandas con propuestas musicales disímiles, tanto Karamelo Santo como Las Pelotas mostraron toda su potencia escénica, aportando una bocanada de aire fresco a la veraniega noche porteña. Así da gusto quedarse en Buenos Aires.

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