RESEÑAS

No los van a detener

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En los tiempos que corren, solo en las novelas centroamericanas, las películas hollywoodenses o los cuentos de hadas, acontecen historias cuyos protagonistas logran quebrar las fronteras de lo anticipado, lo esperable, la norma social. Es que el poder de la estructura es tan determinante que en nuestro andar consideramos casi exclusivamente las posibilidades que se encuentran dentro de nuestro rango de acción cotidiana. Sin embargo, gracias al fenómeno del rock -que nunca nos falte- ocurren acontecimientos como el de anoche en el Teatro Ópera; Attaque 77, aquella banda de punks adolescentes y rabiosos que nació hace más de dos décadas, dio un espectáculo artístico memorable, histórico sin duda, que se adueñó por completo del teatro, y quebró definitivamente las ficticias murallas que dividen desde hace siglos lo popular de lo erudito.

Desde las 19 las cuadras que rodean al lujosísimo teatro se vistieron de una incesante fiesta punk. Si esto resulta paradójico, ni hablar de lo que acontecía en el interior de la sala. Las butacas bordó tapizadas impecablemente, los acomodadores de traje llevando a los espectadores a sus asientos, el aire acondicionado y la impetuosa tranquilidad que reinaba, se combinaban mágicamente con remeras de los Ramones, Ska P y Attaque 77. Familias enteras, bebés, padres con hijos herederos del rock, parejitas, y los fanáticos de siempre, poblaron la audiencia y cerca de las 21 comenzaron a arengar. Nada de represiones por el hecho de estar sentados cómodamente: sonaron los habituales cánticos futboleros, volaron papelitos y no faltó algún que otro valiente en cuero revoleando la camiseta.

Cuando bajaron las luces y se abrió el telón, pudo vislumbrarse una puesta en escena simple pero provechosa: al frente, Mariano Martínez con su guitarra acústica, a su izquierda, Luciano Scaglione en el bajo, y justo detrás de ellos, Leo de Cecco en la batería. A la derecha, un cuarteto de cuerdas: dos cellos, un contrabajo y un violín; más atrás la percusión a cargo de Andrea Álvarez; a la izquierda el piano de Lucas Ninci, y en el fondo la guitarra rítmica de Alejandro Flores. Sin vueltas, palabras ni saludos arrancaron con un triplete poderoso: “El Ciruja”, “Vacaciones Permanentes” y “Ojos de perro”. Aunque todavía era temprano se produjo la primera gran ovación y ola de aplausos, que no cesaría hasta el cierre del telón.

El modo de introducir el siguiente tema, un solo de violines enmudecedor y luego la voz melosa de Mariano con su guitarra acústica entonando las palabras iniciales de “Cuál es el precio”, pusieron las emociones a flor de piel, y más de uno se sorprendió lagrimeando desprejuiciadamente. “Es raro verlos a todos sentados y tranquilitos”, explicó con un tinte gracioso, antes de introducir al próximo invitado, Álvaro Villagra, para “Caminando por el microcentro”. Enseguida el acordeón de Ninci tiñó de un tono casi tanguero las estrofas de la versión en castellano de “Redemption Song”, el himno universal de Bob Marley. Aquello, junto con la interpretación de “Sueños” y “Western”, instauró una atmosfera conmovedora de buenas vibraciones y felicidad generalizada.

Es que si algo caracteriza a esta banda de jóvenes adultos es la capacidad de transmitir a través de sus canciones, mensajes que generan la apropiación desde el público. Letras que describen con simpleza historias de amor, frustraciones reales, sueños y lucha de clases, en fin, relatos sin filtros de la vida cotidiana, que actúan como espejos de contención e identidad. “El Cielo puede esperar”, con la energía  del saxo ochentoso de Emiliano Puñales, y “Chance”,al son del ritmo impuesto por el contrabajo, reavivaron a la audiencia que no vaciló en pararse y comenzar a entonar “Soy de Ataque, es un sentimiento, no puedo parar”, mientras el power trío  contemplaba casi petrificado la imponente escena.

La primera parte concluyó enternecedoramente con “Plaza de perros”, y de repente las luces se apagaron. Sin embargo escondido en un rinconcito, casi como con vergüenza, asomó Mariano, quien se tomó unos minutos para recordar a su gran amigo e ícono del punk criollo, Horacio “Gamexane” Villafañe, a quien dedicó “El Gran chaparral”. Se sumó entonces Luciano para corear “Nada es para siempre, el amor es lo que nos puede salvar”, de “Estallar”,y luego una melódica, el contrabajo, y Leo con su redoblante, llegaron para construir la base reggae de “Tres pájaros negros”. Todavía arrinconados, la garganta asombrosa de Andrea Álvarez y la trompeta de Gillespi avivaron las estrofas de “Alza tu voz”.

“Buenos Aires en llamas” y “Beatle” fueron las siguientes en un repertorio que por su riqueza consiguió movilizar emociones de todo tipo y variedad: abrazos, demostraciones de cariño, llantos, risas, gritos de desesperación y las infaltables consignas políticas. “Esta es para los fans más antiguos”, advierte el frontman antes que retumbara el piso de la mano de “Espadas y serpientes”. El recital comenzaba a promediar y a esa altura la pasión era incontenible. Para los bises eligieron “Arranca corazones”, “Cartonero” y “Perfección”.

Luego de dos horas de un show único e inolvidable, los Attaque 77 junto a los músicos invitados subieron al escenario ya de forma desestructurada para los agradecimientos y cortesías. No pudieron elegir mejor forma de despedirse que coreando “Donde las águilas se atreven” a la par del público, que no paraba de aplaudir y aclamar a los protagonistas.

Una velada emocionante y fuera de lo normal. Sin lugar a dudas Attaque 77 logró superar ampliamente un nuevo desafío manteniendo siempre la humildad y el respeto por sus orígenes, y demostró por qué sigue siendo la banda referente del punk argentino a nivel mundial.

Redacción ElAcople.com

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