RESEÑAS

Milagros de la globalización

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En febrero de 2001, los grandes festivales de rock habían quedado discontinuados, especialmente en Capital Federal. Pero en el Campo Argentino de Polo hubo uno. La excusa, aquella vez, fue Neil Young. Y Beck, R.E.M., Oasis, mezclados con Divididos, Carca, Ratones Paranoicos y más números locales. Casi diez años después volvió el Hot Festival. En un lugar menos glamoroso, con entradas más caras, y un cartel (más alternativo que clásico) que permitió tachar varios deseos de la lista del melómano local. Milagros de la globalización.

De cerca queda claro que lo de Stereophonics no es más que un rock tan sensiblón como desganado; tan dentro de libreto como sin riesgos. El cantante, Kelly Jones, ni se despeinó. El resto de la banda (incluye a un batero argentino, Javier Weyler), menos. Por lo menos sonó bien. Fuerte y claro, como dice esa publicidad de audífonos. Todo very nice. Y nada más.

(Ok, que no se enoje ningún fan: tocaron, entre otros, “The bartender and the thief”, “Just looking”, “Maybe tomorrow” y “Dakota”, para el cierre)

En otro lado del predio, una carpita con un cartel de “karaoke” contenía a una banda, Los Turbina. Estos muchachos tienen bien ensayado un repertorio de canciones bizarras de los 90, en clave punk, las cuales podían ser cantadas por cualquiera (que se animara): “Me haces tanto bien”, “Auto rojo”, “Movidito, movidito”. Gran idea la de incluirlos, aunque sea como atracción. La banda más divertida del festival.

Catupecu Machu es, de las bandas argentinas, la más exportable. Sí, qué novedad, nunca se dijo. Pero lo justifican show tras show, en todos los temas. Bueno, casi. Para el final se guardaron “Dale” y brotó la argentinidad al palo: “a vos no hay poronga que te venga bien”, dice un verso escondido en un mar de guitarras y gritos. Hoy ya no se permiten más groserías los Catupecu.

Después aparecieron los Thievery Corporation. Una vaga lectura pos-google puede ser más explicativa: “es un dúo de DJ y productores musicales de la ciudad de Washington, Estados Unidos. Lo integran Rob Garza y Eric Hilton y…”. Ah, otros que deberían conseguirse un empleo honesto, se puede pensar. Pero no sólo lo consiguieron, sino que también le dan laburo a un par de sesionistas y cantantes (otra argentina por aquí: Natalia Clavier aportó voces en “Until the morning” y “All that we perceive”) que entran, se lucen y salen. Quien haya inventado el superficial rótulo “world music” se debe haber inspirado en estos locos, que desbordan música negra y meten cítaras, bossa y electrónica. La banda, sanguínea en contraposición a las máquinas de los dj’s líderes, fue un relojito que hizo bailar a la multitud a lo largo de la hora y media que duró su set. Una grata sorpresa, de más está decirlo.

Once y media de la noche. El horario ideal para escuchar las densas melodías del trip hop, el gran invento de la Bristol que no tiene nada que ver con Mardel. Massive Attack, dueños del género, debutaron en Buenos Aires hace seis años. Aquella vez presentaban un disco (“100th window”), al igual que ahora (Heligoland). Y la otra similitud se encuentra en la apertura de ambos shows: “United snakes”, lado B del simple “False flags”, activó las cabezas. Drum and bass a pleno para ese comienzo que tuvo como co-protagonista a la voz robótica de Robert del Naja, ideólogo musical del grupo.

Los discos de Massive Attack están llenos de cantantes invitados. Un repaso rápido arroja los nombres de Damon Albarn, Sinead O’ Connor, Elizabeth Fraser, Hope Sandoval, Tracey Torn… alguno de ellos, como pueden ver, son estrellas con brillo propio. Es decir, no pueden acompañar a Massive Attack a ningún lado, menos a un país del tercer mundo. Pero por lo menos trajeron a Martina Topley-Bird (grabó en el último disco) y Horace Andy, como para que las versiones en vivo se parezcan a las grabadas.

Lo visual es clave en el arte de Massive Attack. Un byte en la pantalla horizontal que tenían a sus espaldas es tan importante como un acorde. Desde ahí bajaron línea (durante “Girl, I love you” graficaron con números algunos de los flagelos más crueles de este mundo; hambre, desnutrición y muerte), citaron al Diego y a Messi; a Noam Chomsky; Margaret Thatcher, Augusto Pinochet. Como la “nube de tags” que utilizan algunas páginas web, así resumen el contenido político de sus canciones. Pero cuando salen de la matrix también rockean (“Angel”) y hacen llorar (“Teardrop”). Es una máquina multidisciplinaria la programada por Del Naja y Grant Marshall.

Los últimos minutos estuvieron dedicados a un superficial repaso por “Blue lines”, su primer disco, del cual se desprenden sus mejores temas. ¿Ejemplos? Dos nomás, “Safe from harm” y la hipnótica “Unfinished sympathy”. “Atlas air” (la pantallita otra vez hizo delicias simulando ser un aeropuerto) fue el remate definitivo para un set concreto, oscuro y bailable, como para recordarnos que allí están ellos, en su propia cima creativa, que van renovando a través del tiempo. Y acá estaremos nosotros, escuchándolo todo, desde donde podamos.

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