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Memoria y luz

Los silencios. Todo lo que de él se desprende. Su maravillosa capacidad para decir, a veces mayor y con más fuerza que cualquier abordaje oral. El fascinante sonido del silencio. La tensión sugerida entre una palabra y la siguiente. El ojo de la cámara al servicio de la memoria resplandeciente, momentos en los que el relato se interrumpe y la vista se sosiega, los ojos se ciernen en una mirada hacia la nada y buscan en una pared muerta las imágenes de un pasado fascinante. El logro es inexplicable, en algún punto. Digámoslo así: En “Luca”, los silencios se hacen cargo de la voz principal.
La música pre-SUMO del tano, banda de sonido del film, se complementa con toda una selección de imágenes polvorientas, a la vez que mantiene el hilo documental y relaciona los testimonios. Pero tiene algo más. Esos acordes despojados también tienen letras, y esas letras a veces arrasan a la manera de un viento, o se llenan de sol también, o de repente todo es opresivo, oscuro y desolador.
Pensar un poco en ese arte naciendo desde un pequeño cuarto para huéspedes, en las sierras de un país remoto cuya gente se comunica en otra lengua. “…Hijo, si vas a crear crearás aunque trabajes 16 horas diarias en una mina de carbón o crearás en un cuarto pequeño con 3 niños (…) crearás como parte de tu mente y de tu cuerpo destrozados, crearás ciego, mutilado, demente”, decía BUKOWSKI. Yo no se si LUCA lo habrá leído. Lo más probable es que no. No hubiera tenido tiempo; vivir le ocupaba mucha vida.
Las intervenciones de la madre de LUCA por momentos son tan atrayentes que uno puede olvidarse por un rato de quién es el verdadero protagonista del film. Sorprende por su lucidez y su manera de contar, por su capacidad para traer recuerdos ya muy alejados en el tiempo y hacer que cada pedacito de historia se vuelva un cúmulo de sentimientos. Serán los años que lleva en la vida o será la fuerza que emana su semblante, pero todo en su boca suena gracioso, profundo y cautivante.
Hablábamos de los logros del film. Tenemos una escena, promediando el film, con TIMMY, legendario manager de SUMO, en silencio, sentado al lado de una consola de audio, desde donde viene el registro de la voz de su amigo. Escucha atento. LUCA explica: “Entonces Timmy me dice ‘Luca, me voy a matar’. Yo que vine acá para curarme, pensaba que él estaba re bien, y el loco este me dice que se quiere matar”. Se escuchan carcajadas. No se si viene de los parlantes o de la audiencia. Quizás de ambos lados. Las barreras se desfiguran y pierden eficacia. Piensen un poco en las metáforas sobre la vida y la muerte, en la ansiada eternidad. Vean el rostro receptivo de TIMMY al escuchar esa voz, la risa que le brota de repente, un brillo plácido que camina por sus facciones. Algo mágico ha logrado esta película.
En mayor o menor medida lo mismo sucede con cada actor. Con GERMÁN o SOKOL, con el hermano ANDREA, con los amigos europeos, con sus novias. No hay golpes bajos, no se vislumbran tristezas.
“Luca murió sonriendo el 22 de diciembre de 1987”, es la frase final.
Casi a la mitad de la película la cerveza bajó y tuve que ir al baño. Rumbo a los baños encuentro a RODRIGO ESPINA, el director, muy sobre un costado y muy atrás, casi espiando la pantalla por los resquicios que dejaba la gente, como queriendo ver de pasadita. ¿Qué se le cruzaba por la mente? ¿Qué estaría sintiendo? Celebro esa sensación, cualquiera sea. La que mantiene viva el espíritu. Él debe saber, muy en su interior, que con su arte ha aportado un argumento más para seguir confirmando aquello de que, definitivamente, LUCA no murió.
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