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Lollapalooza: dos caras de una moneda

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El Acople.com estuvo tanto en la versión argentina como en la chilena del festival y te trae lo bueno, lo malo y lo feo de ambas ediciones.

Cuando comenzó el Lollapalooza, allá por 1991, fue algo revolucionario: un circo itinerante de bandas que no tenían espacio en los medios masivos y que juntó a toda esa gente desamparada de música que la representara. Los años pasaron y lo alternativo se transformó en norma y, lejos de la revolución, mutó en una marca. Pero más allá de eso, la calidad del producto se mantuvo y se adaptó a los tiempos modernos. En 2011 el festival creó una sucursal en Chile y luego en San Pablo. En 2014 fue el turno de Buenos Aires y surgió la gran pregunta: ¿estábamos a la altura de semejante evento?

Hablemos primero de las bandas. Tanto allá como acá los que más resaltaron fueron los mismos: Arcade Fire y Nine Inch Nails.  Los canadienses debutaron en la región en el año que confirman que son, de la nueva generación, la banda más importante, agotando estadios por todo el mundo y cerrando cada festival posible, incluso monstruos como Coachella y Glastonbury. Arcade Fire es una orquesta pop que lejos de la majestuosidad de sus discos, propone el baile como eje central de sus shows. Y aunque tengan nuevo disco doble para presentar, la mayoría del setlist está plagado de todos los hits que la gente espera. Un show que nunca baja de intensidad; desde el comienzo ficticio con Julian Casablancas de invitado hasta la épica coda de «Here comes the night» y «Wake up». Sólo queda pedir que regresen lo antes posible.

En el polo opuesto están Trent Reznor y sus secuaces, que con un imponente juego de luces y un set de música electrónica de los lugares más recónditos del infierno, dejó a todo el publico knock out con una presentación avallasante. El show chileno estuvo dividido en momentos más rockeros con otros más climáticos, con temas como «Terrible Lie» o «Reptile», mientas que el de acá estuvo más orientado hacia la electrónica, con momentos intensos como «Piggy» o «Gave up». Un cuarteto musical que rota instrumentos y no deja baches en ningún momento; incluso cuando no hay una batería física no cesa la intensidad. Sin dudas, Trent Reznor no se ha olvidado del odio y la furia.

Por supuesto que esto no fue lo único bueno de las jornadas. De parte del rock, los clásicos se llevaron el segundo premio. Si alguna vez el regreso de Soundgarden generó dudas respecto a su presentación en vivo, estas fueron acalladas en ambos shows. Claramente ya son gente grande, hombres de familia y Cornell no va a arrastrase por el suelo en cueros mientras se desgarra la garganta. Lo bueno es que no necesita hacerlo para brindar una actuación memorable, que fue de menor a mayor y que mostró a un cantante que gritó como nunca cuando fue necesario («Jesus Christ Pose», «Beyond the weel») y una banda hiper solida que brilló cuando tenía que hacerlo («Outshined», «My wave»). Mismo caso el de Pixies. Ambas bandas sufrieron la baja de miembros claves últimamente (Kim Deal en Pixies y Matt Cameron en Soundgarden) pero que con reemplazos correctos (Paz Lechantin y Matt Chamberlain, respectivamente) en cuestión de segundos hicieron olvidar cualquier posible falencia. Los padres del rock alternativo dieron un show que disparó una bomba sónica tras otra («Head on», «Wave of mutilation», «Isla de encanta») y que levantaron la primera polvareda de la tarde. Pocos temas nuevos hicieron que el show nunca decayera y los gritos de Black Francis confirmaron que la banda sigue estando en un buen momento, que se confirma en temazos como «Andro Queen».

Otros que se destacaron fueron Phoenix y New Order. Los franceses dan cátedra de cómo sonar en vivo, tanto que por momentos uno duda si están haciendo playback o no. Esta es la tercera visita de la banda que va escalando posiciones en la grilla de los festivales y en la cantidad de gente que lleva. El mundo ya se rindió a sus pies, por lo que no es extraño que próximamente estén encabezando los festivales por estos lados.

New Order sin Peter Hook para muchos no tiene sentido, pero la banda, apoyada por un repertorio sin fisuras y un gran juego de imágenes y luces, se sobrepuso a las adversidades. Lejos de sonar como antes, adaptan sus canciones que siguen siendo vigentes, y hasta se dan el lujo de estrenar un tema que no desentona con el resto. Si bien se les podría reprochar que hace rato no cambian considerablemente el setlist, siempre es bueno escuchar canciones como «Ceremony» o «Temptation», ademas del recuerdo obligado de Joy Division con canciones como «Atmosphere» y «Love Will tear us apart».

En general la mayoría de los shows del festival fueron buenos. Lejos de las luces de los horarios centrales, históricos como Johnny Marr y AFI demostraron por qué perduraron tanto en el tiempo, con su grupo de fans haciéndoles saber que no estaban solos frente al mar de pesos pesados del cartel. En cuanto a los artistas nuevos, Savages, Cage the Elephant, Jake Bugg, Imagine Dragons, Portugal the Man, todos dieron actuaciones a la altura y prometen un futuro alentador. Si hay que elegir, nos quedamos con la oscuridad de las chicas de Savages: sin inventar nada hacen un revival post punk más que interesante que recuerda a Siouxsie and the Banshees, aunque más furioso.

Ahora las bandas con puntos flojos: Red Hot Chili Peppers simplemente no logra dar una actuación a la altura de su status. Nadie duda que la banda suena impecable y prolija, y ahí radica el problema: deberían sonar sucios cuando la canción lo requiere («Me and my friends», «Give it away») y limpios cuando es necesario («Snow»), pero lo que obtenemos es una banda que suena aguada, que no logra llenar baches, que corta el clima del show zapando antes de cada canción, y con un cantante que pareciera querer sacarse el trámite de encima o lucir bien para las fotos. Los cierto que que todo lo bueno que construyen Flea y Chad Smith es destruido por la energía de Kiedis, que tira para otro lado. Después de los conciertos de Pixies y Soundgarden que habían pasado hace minutos, lo de RCHP sinceramente no tiene mucho sentido; deberían romper cabezas y en ninguna presentación en el país lograron siquiera hacer cosquillas. Una lástima porque canciones y discos buenos tienen de sobra.

Otros puntos flojos vinieron por parte de la guardia nueva. Julian Casablancas simplemente sonó mal; era una bola de ruido que no se entendía.  Lorde tuvo un show frío, y a excepción de sus fanáticos, no tuvo mucho apoyo del público en general, que se retiró masivamente después del hit «Royals». Vampire Weekend sufrió lo mismo. Una propuesta tibia que anteriormente, a fuerza de guitarras, hacía saltar y bailar, ahora se plaga de melodías casi ingenuas y sólo levanta con algún himno de discos pasados como «A-Punk».

En cuanto a la organización, son los detalles (o no tanto) lo que hacen la diferencia:

-Mientras en el país vecino uno podía entrar con comida y bebidas, acá era obligado a dejar todo, para luego pagar sumas exorbitantes (¿30 pesos una botellita de agua?). Por supuesto, nos prometieron agua gratis: mientras en el país vecino había 5 tanques industriales que nunca se agotaron a pesar de las 70.000 personas que concurrieron en cada jornada, acá parecía que el sodero dejó dos bidones que, obviamente, se agotaron al poco tiempo del primer día.

-Los sonidos de los escenarios se cruzaban. En general no molestaba, pero en los que sí, lo hacía y mucho: por ejemplo, un momento íntimo como el que genera NIN cantando «Hurt» permitía escuchar a New Order en el otro escenario. Y esto nos lleva a hablar de la persona que se encarga de armar la grilla: poner a la misma hora a New Order y Nine Inch Nails es simplemente no tener idea del producto que se maneja: no sólo comparten público, sino que uno es influencia directa del otro. Claramente se podía cambiar a Phoenix y New Order de lugar y estarían todos contentos.

-La salida fue un caos. No es un lugar mal ubicado, la desconcentración debería ser más fácil. En Chile, el festival y la ciudad trabajan juntos, por ejemplo ampliando la franja horaria del subte para que todo sea más sencillo. Acá parece algo impensado; un poco de comunicación podría haber evitado esto. Hay gente que llegó a su casa con la salida del sol .

-En Chile una pulsera de tela con código electrónico funcionaba como entrada. Acá una pulsera de papel que no tenía uso ni duración era requerida con la entrada de papel.  Además, poca o nula señalización, pocos baños, barro, pocos programas con los horarios, poco espíritu de reciclaje, poco espacio para los niños. Poco de muchas cosas.

Hay cosas buenas, claro: la grilla fue buena, el sonido fue bueno y en general el festival fue mucho mejor a cualquiera que podamos haber visto acá. Pero teniendo en cuenta las dos versiones, la local sólo tuvo el nombre. La vecina parecía un festival europeo. Es la primera vez que se hace algo así  y habrá muchas cosas que mejorar si se espera que el Lollapalooza tenga otra versión el año que viene. Esperemos que la producción y la gente que se encarga de organizar el festival tome nota de estas cosas y que no nivele para abajo, que pagamos un buen precio por el producto y exigimos que cumplan con su parte.

*Fotos por Guillermo Coluccio

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