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Lollapalooza Chile: Día 1

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Estuvimos en la edición transandina del festival y acá te mostramos lo ocurrido en la primera jornada.

Uno pensaría que la tendencia en todas las cosas es superarse; solo el argentino parece empeñarse en nivelar para abajo. Acá nos dedicamos al área de espectáculos, y solo de eso hablaremos. Brasil y Chile  no quieren quedarse atrás del resto del mundo, y ven las oportunidades de organizar festivales como incentivos económicos y turísticos. Pero nosotros no, no queremos eso: año a año las entradas se encarecen, la oferta es cada vez peor y las inversiones y condiciones de los espectáculos dan vergüenza ajena. Lo triste es que los extranjeros quieren intentarlo, el mismo Perry Farrell quiso hacer el festival en Buenos Aires, pero ante el desinterés, la codicia y la falta de inversión decidió llevar su creación hacia nuevos horizontes. Así, el festival rockero por excelencia se hace en San Pablo y en Santiago, mientras nosotros los vemos pasar y nos conformamos con divisiones entre la gente, desinversión, falta de respeto y una entrada vip (que de vip no se sabe qué tiene) que cuesta lo mismo que el abono para los dos días del Lollapalooza. Triste, pero cierto.

Uno va viajando hacia el Parque O Higgins y todos parecen cooperar para que este sea un gran evento; hasta las señoras hablan de ello. El gobierno extiende el horario de subtes y promociona los shows de las bandas nacionales en el mismo. Aprendiendo de errores cometidos en ediciones anteriores, esta vez el acceso es más rápido y más cómodo. Incluso para la gente de afuera que debe retirar sus entradas y lo mismo para la prensa acreditada. Siempre con educación, siempre explicándote con buena predisposición, siempre con una sonrisa. Adentro y afuera del predio.

Seis escenarios, oferta gastronómica internacional, facilidad de pagos, precios coherentes, conciencia ecológica, diversidad, oferta para todos los gustos, diversión. Todo eso es el festival. Todo eso que nos falta.

La gente quiere aprovechar al máximo y desde temprano se divide entre los shows de Alabama Shakes, Of Monster and Men y Two Door Cinema Club. Las bandas emergentes, nuevas en este lado del mundo, tratan de dar el mejor show posible a pesar de las altas temperaturas. Si el calor es demasiado para uno, además de contar con agua gratis, puede ir al Movistar Arena, un estadio cerrado para 15.000 personas donde a la hora que Crystal Castles se presenta no cabe un alfiler. Y la verdad que en cuanto a agite, el público electrónico supera al rockero, por lo menos acá. La banda logra tener saltando a todos los presentes, incluso a los que se encuentran en las plateas. Aunque al mismo tiempo Kaiser Chiefs logra el mismo efecto con la arenga de su líder Ricky Wilson, que termina colgándose por la estructura del escenario, tal vez un guiño a un joven Eddie Vedder.

Hay que decidir entre The Hives y Passion Pit y nos quedamos con los suecos. Vestidos de gala y con Pelle Almqvist que, en un divertido español, se proclama rey del punk rock y por hora y cuarto tiene a la gente en su mano a fuerza de mucha actitud y temas como “Main Offender” y “Hate to say I told you so”. Si bien parecería que nunca fueron la gran banda que todos esperaban, la gente disfruta de su show.

Otra decisión difícil; Maynard con Puscifer o Homme con Queens of the Stone Age. Elegimos al colorado que está mucho más enganchado y con ganas que en su show de Buenos Aires. ¿Hay que decir que el sonido es realmente bueno? Bueno, lo es. Tanto que el comienzo con “Millonaire” es realmente asesino. Ya sin la botella de vodka puro a su costado, pero con las mismas pocas pulgas de siempre, lo suyo es un recorrido por el repertorio más hitero de la banda; “No One Knows”, “First it Giveth”, “The Lost Art of Keeping a Secret”. El condimento especial es la invitación a Vedder para cantar “Little Sister”, al que Homme presenta como alguien que tal vez no conozcamos, pero es el hombre más amable del mundo. Todo estos mientras Taylor Hawkins y Krist Novoselic miran desde el costado. Así son los amigos rockeros. Muchos deciden sacrificar los últimos temas de la banda para acomodarse para lo que viene: Pearl Jam. Difícil decisión ya que en “Go with the flow” y “A song for the dead” la banda suena más pesada y malvada que nunca,  y sin decir adiós tira sus instrumentos y se retira.

Y llega Pearl Jam, la estrella de la noche que logra acercar a unas 70.000 personas. Que arranca emotivamente con “Release”, pero inmediatamente mandan todo a volar con la seguidilla “Go”, “Even Flow”, “Do the evolution”. Si bien en Chile es una banda querida y masiva, se nota que la comunión no es la misma que con el público argentino. Vedder trata de pincharlos un poco pidiendo que griten más fuertes que en Buenos Aires, pero no hay caso. La magia en temas como “Black” no es la misma. Pero debo admitir que se disfruta mejor. Tal vez porque no debo preocuparme por si entierro mi pie en un metro de barro, si voy a escuchar bien a lo lejos o si me alcanzará para comprar un agua luego. Acá solo nos concentramos en pasarla bien. Y la banda la pasa bien. Es el cumpleaños de McCready por lo que hay tortazo para él y para el público, lo que transforma al show en una especie de guerra de comida.

Obviamente el setlist cambia todas las noches. Están “Once”, “Present Tense”, “Not For You” que no estuvieron en Buenos Aires y el agregado de “Sonic Reducer” de los Dead Boys con un muchacho que se encontraba en el público. El faltazo lo paga “Betterman” pero compensa con una “Rockin in the free world” con la compañía de Perry Farrel y Josh Homme mientras fuegos artificiales adornan la canción.

Termina la jornada y aunque las 70.000 personas quieren salir al mismo tiempo, se hace de manera rápida. Todo en perfecto orden y antes de que me dé cuenta estoy en el hotel. Mañana la jornada sigue y todo el camino de regreso pienso “tan cerca y tan lejos”.

*Fotos por Leandro Peredo

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