RESEÑAS

LEON rugió en el Hangar

Por  | 

El reloj marcaba las 22.30, media hora más tarde del comienzo previsto, y el público –heterogéneo en lo que hace a la edad- ya calentaba el ambiente con cantos afectivos hacia el emblema musical de cincuenta y dos años que aún no se hacía presente sobre las tablas. Un auditorio colmado, que estaba forrado por una veintena de trapos representativos del cariño que GIECO genera en su gente, aguardaba efusivamente la aparición del artista que tiene en su haber más de veinte discos.

Atuendo negro para él, y equipado con armónica y guitarra electroacústica, entró a paso firme en el escenario, con una sonrisa incipiente despertada por una concurrencia que no dejaba de aclamarlo. Sin decir nada, se zambulló de cabeza en el show con una versión a capella de “Cinco siglos igual”. Sin embargo, no lo hizo sólo, ya que un instante bastó para que el público se le uniera a modo de coro.

Después de encender la llama con el primer tema y ante la potencia desenfrenada reinante a los pies del músico, el cantautor saludó formalmente a la gente y sugirió que no gastaran de golpe todas las energías porque habrían muchas canciones. Como usualmente sucede con LEON, su discurso se correspondería con sus acciones.

Otra de las situaciones que generalmente se dan en los conciertos del santafecino se materializó cuando invitó a uno de sus tantos amigos para compartir junto a él un tema en voz y en viola. En esta oportunidad fue un paciente hidrocefálico, cuyo historial patológico relató GIECO para los presentes, quien ingresó al centro de la escena para cantar nada más y nada menos que “La Colina de la Vida”.

Rápido se pasó el tiempo, porque a la medianoche, por el Hangar ya habían pasado como huéspedes efímeros, temas clásicos como “Navidad de Luis”, “De Igual a Igual” -que fue precedida por el conocido “el que no salta es un inglés…”-, “Bandidos Rurales” y “La Biblia y el Calefón”. Además, antes de tocar “Las Novias del Amor”, y fiel a su postura frente a la sangrienta dictadura militar instaurada en marzo de 1976, este icono del rock local reivindicó la lucha contra la impunidad con la que continúan de manera exhaustiva las Madres de Plaza de Mayo.

No hubo que aguardar demasiado para que sus palabras desembocaran en cantos varios en repudio a esa etapa negra que vivó el país.

Otra vez silencio. Luego de casi veinte minutos de intervalo, del fondo del escenario empezó a nacer algo que arrancó como un solo de batería y después se convirtió en la base rítmica de “La Cultura es la Sonrisa”.

Jugando con el público de manera hipnótica y pegando saltos desenfrenados que contagiaron hasta al más frío de los espectadores, LEON GIECO continuó a ritmo sostenido con la presentación y tocó, para el gusto de muchos, canciones clásicas como “Guantanamera”, “Pensar en nada”, “Los salieris de Charly”, “Los Orozco”, “El embudo” (con él a cargo del tambor norteño), “El fantasma de Canterville” y “La rata Lali”.

En el final del recital, el cantante agradeció de manera sincera y le regaló a los presentes un cierre adornado con la canción “Sólo le pido a Dios”, aquella suerte de himno que en los últimos veinte años ha tomado forma sonora con la voz de varios cantores como MERCEDES SOSA y VICTOR HEREDIA.

No es debatible si la música que hace LEON GIECO es buena o mala, ya que eso se atenúa a una cuestión personal de gustos. Sin embargo, lo que es seguro es que este hombre, de más de medio siglo de vida, a base de coherencia y sensatez, se consolida día a día como una de las voces más combativas y contestatarias que representa a varias generaciones de personas que luchan contra los males que encrudecen continuamente la golpeada realidad argentina.

1 Comentario

Tenés que estar logueado para escribir un comentario Iniciar sesión