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La venganza del rock

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Si mirás la tapa de “El fin del color” vas a ver la foto de un edificio totalmente gris; en la parte superior se ve a un hombre de espaldas, a punto de caer. Tal vez esta sea la imagen que mejor los describe: un gran salto al vacío, de espaldas. Desde sus inicios, Taura tomó la bandera del camino difícil. Desde su música, desde su promoción, desde su forma de presentar su arte. La banda es sinónimo de gente que creció en otras épocas. Tiempos del boca en boca donde se intercambiaban cassettes, y si querías que la gente supiera de vos, tocabas lo más posible. Taura es un refugio para el fanático de la música; no solo siguen editando discos con un trabajo de edición remarcable, también sacan ediciones limitadas del mismo. Y estoy seguro que si fuera más fácil lo harían en vinilo también.

Sí, se puede tocar en La Trastienda sin haber sido esclavos de los medios. Desde que suenan los primeros acordes de la primera canción, “No Luz”, la batalla ya está ganada. La gente no baila, no salta. Cada uno tiene su trance personal. Aunque estén mucho más allá de eso, el espíritu stoner es más palpable en vivo. Mientras la banda crea un viaje hipnótico, Chaimon (su cantante) hace catarsis escénica; casi como un Ian Curtis del heavy metal (o lo que sea que haga Taura) grita sus lamentos, decepciones, desencuentros y angustias. Se preocupa por hacer llegar el mensaje a la gente, aunque en realidad esta es una fecha compartida con personas que saben de qué se trata la banda, sean simples fanáticos, amigos o familiares.

Chaimon dedica “Dos” a esa persona que lo salvó; “Derribadores” va para los que alguna vez sufrieron el desamor; “Halo de Luz”, para los amigos que siempre estuvieron cuando ellos necesitaban una mano. Claramente es un buen tipo y, se sabe, son los que sufren más. Por eso Taura es así y habla de lo que habla; gritar para no colgarse del cuello. “Dejé atrás suspiros que me ahogan”, dice la canción dedicada a su amada.

El repertorio se centra más que nada en el último disco, que también y como los anteriores, no suena hitero hasta que no lo tenés dentro tuyo. Santiago en guitarra, Leo en bajo y Alejo en batería forman el power trío menos probable del mundo y aún así funciona. Llenos de afinaciones graves tocan de una forma que sugieren instrumentos y melodías que en realidad no están. Como unos My Bloody Valentine del desierto. La sensación es de estar viendo a una banda tan personal que uno duda de la efectividad si sonaran de otra forma. Y esa duda es despejada al animarse con el cover de “Would?”, de Alice in Chains, esta vez con Santiago tomando la posta desde el principio y Chaimon acoplándose para las armonías.

De los trabajos anteriores eligen selectas páginas como “Miramar”, “La venganza del sol”, “Nudo. Árido. Seco” o “Rompevientos”; canciones que funcionan como declaraciones de principios, sobre todo esta última: la banda con todo y Chaimon al borde del colapso, profesando ir contra el viento.

Hora y cuarto de show que emocionalmente agota y que culmina con “Muelle” en lugar de algún himno como “Mil silencios” o “Acantilada”. Otro signo de lo retorcidos que son. Pero tal vez el mejor para representar su espíritu.

Que en tiempos de negocios una banda haya llegado a la Trastienda por méritos propios es realmente admirable. Tal vez nunca sean masivos ni lo quieran ser. Se trata de no menospreciar al público. De todas formas las canciones salvadoras, llevadoras de emoción, no se pactan en la radio: explotan en tu habitación. Lo decía otro viejo luchador.

azafatodegira.com

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