RESEÑAS
La familia Iron Maiden

El viernes es uno de esos días de la semana que marcan, que significan, como el lunes; uno, es principio de la rutina y otro es final de la misma. Y principio, también, de la diversión. Los planes de más de 40.000 personas para este viernes condujeron a Liniers, a la cancha de Vélez; hasta Pollo, el de Okupas, se contó entre la procesión. Sería errado referirse a él como Diego Alonso porque ahí por Juan B. Justo y Barragán todos lo saludaban llamándolo por el sobrenombre de su recordado personaje; incluso él parecía más bien su personaje, con su jean celeste y campera deportiva, su sonrisa y mirada de misterio. La cuestión es que había llegado el día tan esperado por esa multitud: Iron Maiden, otra vez en Argentina.
En este caso, la banda inglesa regresó al país después de dos años, en el marco de la gira de presentación de su último disco, “The Final Frontier”. Por cierto, mucho se dice sobre un supuesto carácter literal que habría que seguir en el asunto de último disco y la palabra final en el nombre del mismo. El conjunto, por su parte, esquiva las especulaciones: “Se escribieron muchas cosas acerca de que ésta iba a ser la última gira, pero nosotros seguimos tranquilos. Sabemos que el momento de terminar con todo está más cerca, es natural, pero todavía hay tiempo”, dijo el bajista, Steve Harris. De una forma u otra, cierta o no la despedida, un motivo más para ir; como si hiciera falta.
Como si hiciera falta, también, el pedido que hizo al público uno de los responsables del DVD que La Doncella de Hierro grababa esa misma noche: “Agiten mucho, eh, que estamos haciendo una película con esto”, palabras más palabras menos. La gente, acá, es fanática en serio de la banda; hacía tiempo que no se veía un pogo no con una canción cualquiera de un grupo sino con el propio canto del público, gritando eso de que Iron Maiden es un sentimiento y que cada día se lo quiere más; Bruce Dickinson, mientras, por única vez se sentaba y miraba esa cosa rara, pasional, futbolera.
El show arrancó como empieza el álbum en cuestión, es decir con el tema que le da nombre; simultáneamente a la introducción melódica de aire bélico, por las pantallas ubicadas a los costados del escenario se disparaban imágenes de destrucción, fuego, naves espaciales, explosiones, Eddie y el cantante. Hasta que de repente la atención se posó en el centro de la escena, porque como de la nada surgieron los músicos y, enseguida, empezó el recital en sí: la voz estiró un poco más el prólogo, como indica la pieza, y luego sí explotó el metal.
Uno quisiera elegir una cosa sola para destacar de Iron Maiden, pero es imposible: estás obligado a llenar de flores a Dickinson y no podés dejar de marcar que el cuarteto que forman los tres guitarristas (Dave Murray, Adrian Smith y Janick Gers) y Harris es fenomenal; nunca, jamás, podés dejar de mirar lo que pasa arriba del escenario, no importa si está o no el frontman; siempre está sucediendo algo que altera, emociona. Y es que si no es Dickinson, tenés una de las tres guitarras rompiéndola, en la justa acepción del término, o al bajo disparando graves, porque Harris juega a simular que su instrumento en realidad es una ametralladora.
El recital continuó con “El Dorado”, otra de “The Final Frontier”, pero rápidamente volvió hacia 1984 con el primero de los grandes clásicos de la noche: “2 Minutes to Midnigth”, desde el considerado mejor disco del conjunto, “Powerslave”. Así fue el show: novedades y algún clásico. “Hay algunos lugares que visitamos en esta gira donde nunca antes habíamos tocado, así que intentamos hacer una combinación equilibrada de lo viejo con lo más nuevo y lo no tan nuevo, y creo que armamos un muy buen balance. Además queremos que algunas de las nuevas canciones queden registradas en vivo en el DVD”, explicó Harris al respecto.
“Es increíble esto que vivimos, de llegar a un país distinto cada día, encontrarnos con 40.000 personas, irnos a otro lado y otra vez 40.000 personas. Uno en algún momento extraña su tierra, y la mía es Inglaterra”, introdujo “Coming Home” la voz del grupo. Tiempo después, el segmento patriota se completaría con otro de los grandes de la historia de más de 35 años de la banda: “The Trooper”, y el ritual de Dickinson con traje de soldado, flameando una bandera gigante del Reino Unido. Hay quienes se ofenden por ello, pero no pareciera que justamente la intención de él sea recordarnos una guerra sino sencillamente expresar un sentimiento. En todo caso, ¿no es preferible, o más sincero, a la acostumbrada demagogia de ponerse la camiseta de la selección argentina y decir que tenemos el mejor público de todo el mundo, las mujeres más lindas y la comida más rica?
Dickinson, en acción arriba del escenario, merece un párrafo aparte; aparece arriba de la batería o al límite de caerse por un costado, agachado, como parapetado, o estirado haciéndote creer que mide dos metros en vez de uno y medio; corre de un lado al otro, con el trípode del micrófono siempre agarrado con fuerza. Y todo eso cantando como para que ya lo vayan oyendo desde el otro país al que la banda irá mañana; grita desaforadamente, y emociona. Incluso hace creer que puede con todo y todos, tan enérgico, con sus pantalones camuflados, su musculosa agujerada y el infaltable pasamontañas; invita a pensarlo más allá de un cantante, como un héroe, como si fuese Patoruzú en aquellas historietas en las que nuestro héroe indígena hacía justicia por su cuenta con cincuenta robots malvados. Todos quisieran tener a Dickinson en su banda. Hasta parece sensible: el viernes dedicó “Blood Brothers” para “todos aquellos que estén pasando un momento de mierda”, después de referir lo sucedido en Japón, donde por supuesto tuvieron que cancelar su presentación. Asimismo, afirmó que no importa nacionalidad, religión, sexo, sexualidad, color de piel, ni nada: todos los que van a ver al conjunto son parte de una familia, “la familia Iron Maiden”.
Finalmente, después de hacerse desear, llegaron las canciones más esperadas al show, pero con la mala noticia de que j
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