RESEÑAS
LA COVACHA de Rosario (y de la vida)

¿Habrá sido el amor el que llevó a este cronista a Rosario para cubrir el recital de LA COVACHA? Resulta que la historia es corta y esta cobertura intenta innovar y no morir en el intento.
Entonces empecemos. Imagínense un día nublado, nubarrones temerarios y agua. Imaginen un colectivo escolar, un viaje de cinco horas a Rosario, paradas en todas las estaciones de servicio, páramos, desiertos de árboles. Imaginen la llegada a Rosario, el monumento a la bandera, un barcito en el cual no entran más de doscientas personas apretadas y una bandera que afirma que San Telmo es covachero y que va a todos lados.
Lo que importa es que el recital comenzó a las tres de la mañana, que desgraciadamente a este humilde cronista no le importó si La Cueva tenía salidas de emergencias (de hecho no las tenía), si el lugar estaba habilitado o si la gente que había estaba en su cabales o momentáneamente “incivilizada”. Que había rosarinos es cierto. Hubo muchos que recibieron con los abrazos abiertos a la banda que el año pasado se había presentado en el complejo La Toma de las Madres de Plaza de Mayo ante un público preferentemente porteño.
Empecemos desde un principio, por el colectivo y por el viaje. Canciones de PESCADO RABIOSO, un mix con JORGE DREXLER, CREAM y EMERSON, LAKE & PALMER fueron las bandas de sonido de los oídos de este cronista medianamente desdichado. El colectivo al que se sometieron los cuerpos fue relativamente “deluxe”, aunque sin baño. Los vaivenes del asfalto, la mirada fija a un punto indivisible y la luna que apenas si quería asomarse, fueron el paisaje del periplo. El itinerario constituyó: un viaje, un recital (apenas 17 canciones), unos pases de bailes mesurados, y la esperadísima vuelta.
El local de La Cueva, ubicado en la calle Belgrano, apenas residía a cinco cuadras del monumento a la bandera; el cielo estaba estrellado. Remeras de CIELO RAZZO, CALLEJEROS y LOS REDONDOS fueron colmando el lugar. Ahora sí, imaginen un escenario que no era escenario y un sonido que, para el lugar, se pareció al de U2 en su última gira por nuestros pagos. Imaginen a los músicos, apretados y dibujados sobre la marea de cuerpos que se agitaban desde el campo.
El show fue la vuelta de la banda que hace unos años fue la más convocante del país cuando llevó a unas cuatro mil personas al parque de Villa Dominíco. La vuelta, después de aquel Festival Nuevo Rock en Córdoba, fue en lo que a sonido se refiere, buena. A comparación de aquella presentación en el Chascomús rock, LA COVACHA se mostró más sólida, compacta, un poco más sublime.
Desde los primeros punteos de “Risa Alegre” hasta el final con “El sueño no tiene color”, se edificó una construcción más de sentimiento que de otra cosa; un abrazo entre intérprete y espectador, una comunión de fuerzas, como si los músicos supieran del esfuerzo de la gente para el viaje, esa cosa de suprimir cualquier relación entre el pensamiento y la expresión, casi un sino dadaísta.
Casi en un acto de voyeurismo, los transeúntes observan tras los ventanales y no ven nada. El sótano es casi etéreo. La gente que baja del micro con sus banderas, dejan de lado los barbitúricos y algún que otro cuerpo inocente de cerveza. Suena “White room” en los oídos. Son las tres menos cinco y LA COVACHA entra en escena sin esa mística que genera la muerte lenta de luces y el griterío desaforado. Entra la banda, suena un punteo suave, después “Risa Alegre” como intro y “Hoy, en este lugar” es el primer tema de la noche. Se escucha bien, se oye la voz de SALVADOR TIRANTI un poco baja, después sube.
LA COVACHA vendría a ser una melange de estilos varios. Un primer disco con canciones más que nada disfrutables desde el punto de vista letrístico, y un segundo larga duración con temas más bien arraigados a la historia de un rock que pedía a gritos algún que otro reggae, saxos, trompetas y ¡sintetizadores!
Como su sanctosanctorum, la gente se aprieta a rezarle al altar. LA COVACHA toca, suena “Sacudirán” y suena mal pero eso no importa, es LA COVACHA la que está tocando. Se ven pibes colgando banderas, y ese trapo de San Telmo no deja ver a nadie la perfomance de la banda. El híbrido “La Venda” suena precedido por el cover de EL TRI “Cuando tú no estás” y llega “Presagios al viento”, un slap de bajo y una conversación bastante efímera entre los solos del guitarrista SEBASTIAN FERNANDEZ y la batería de HERNAN MONTEAGUDO. La forma de agitar a la masa de SALVADOR TIRANTI no es nada populista, agita los brazos y la gente se levanta, casi una experiencia sine qua non.
Todavía no se sabe por qué La Covacha no ha crecido masivamente. Pero ahora eso no importa porque suena la emotividad futbolera de “Dale y dale” y el cover de SUMO “White Trash”. La cosa no termina ahí: empiezan los bises con “Venir andando”, “Desterrado del cielo” y “Apago la luz”.
“La vida nos puso en el mismo camino”, canta la gente en “El sueño no tiene color”, el último tema. Y es verdad. La vida nos puso en el mismo camino, y el cronista piensa en JUAN JOSE SAER y en sus cuentos mientras escribe esta nota. Piensa en el rock, en la clandestinidad del alma, en cómo era aquella Cueva de la calle Pueyrredón, en LITTO NEBIA y CIRO FOGLIATTA. Piensa en forma de Rosario. Y en cómo puede ser que en el ambiente de la música, los tipos más prolíficos sean BOB DYLAN, FRANK ZAPPA, LUIS ALBERTO SPINETTA y “LA MONA” JIMENEZ.
Termina LA COVACHA y los músicos se abrazan con fans. Hablan de una pronta visita a la ciudad de CIELO RAZZO y de lo que les espera al llegar a Buenos Aires.
En medio de nubarrones, el cronista espera el colectivo que lo deposite en Buenos Aires, piensa que en los golpes del alma está el rocanrol. Y que es una pena que La Covacha no lleve más gente a sus shows. Hoy y siempre, la grandeza se mide con la vara de la masividad, no con la regla de la dignidad, que es lo que verdaderamente importa. Y si no, a las pruebas me remito.
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