RESEÑAS

Inicio del ciclo

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Cuesta volver al ruedo, al sin cesar de pasos y movimientos espasmódicos de esos que llaman vida moderna. La supuesta actitud progresista inundó la ciudad con sonidos “gratuitos” (que ya alguien pagará) durante el verano, el mismo que ahorcó y ahorca los intentos de salirse de esa gigantesca máquina picadora de carne en la que jugamos todos.

Pero de vez en cuando, una par de piedras chocan contra nuestros pies, oídos y sentimientos. Algunas en forma de papeles que reposan entre cientos, otros como sonidos al lado del mar que un amigo nos trajo de sus vacaciones. LALA MANDARINA fue uno de esos nombres descubiertos entre volantes, PALOSANTO fue el souvenir que una amiga aferra de sus días en la playa. Y los sonidos de ambos se palparon el sábado pasado en Niceto.

Una pregunta circunda entre las paredes enfundadas de pequeños espejos que reflejan pequeños destellos de luz: ¿qué es reggae hoy?

Los límites y esa suerte de elitismo de los clanes reducidos se fueron esfumando durante los últimos años, deshaciendo por completo el estereotipo o una suerte de “modelo ideal” del público de este género. No es nuevo decir que los límites con el rock se están corriendo aún más, pero sí es difícil puntualizarlo en un caso concreto. Pero no imposible.

El entramado de una voz multidimensional por su profundidad entre acordes de guitarra ásperos conforma un tejido que enfunda sonidos de ska y de un contundente rock, como en “Realidad ficcionada”, uno de los primeros temas de LALA MANDARINA.

Todos los sentidos se agudizan durante casi una hora y media, donde suena “Alas de inconciencia”, entre otros temas. Uno se lamenta al no escuchar “Annabel Lee” (la canción basada en el poema homónimo de Edgar Alan Poe), pero todo termina, en total estridencias rockeras.

Si generalizar cuesta con LM, esa tarea es imposible con PALOSANTO. Los golpes fuertísimos y certeros de ALEJANDRO GIARDINO en la batería desde el primer tema, “Dame una verdad”, chocan con la voz de JOSÉ BOSIO, que roza los tonos casi melódicos sin perder la potencia, incluso en los momentos de calma, como en “A lo lejos”.

Agradecimientos para conocidos y equipo anteceden a “América” y “Midnights Crazies”, hasta que los vientos aportan su cuota ska en “Carnicero”, donde la voz acelera su pronunciación para ir al compás del ritmo.

No se puede percatar cuál es el real final, porque en cada canción el cierre es rimbombante, extremo y extendido en el sonido y en sus energías. Pero la verdadera conclusión es totalmente distinta, ajustada en el tiempo y en las notas: “VIH” y “El viento de hoy” relajan el aire y los músculos para la despedida.

Cuesta empezar, aún más en terreno no limitados. Pero es mucho mejor así.

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