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Indio Solari: Un mudo con tu voz

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“Pajaritos, bravos muchachitos” es el cuarto disco solista de Indio Solari, y muestra apenas unos destellos de talento detrás del mito de su propia figura.

Teclados sombríos que suenan a órgano de iglesia, sonidos guturales, y una batería algo monótona buscan recrear ese clima de la selva que nombra el título. En “A los pájaros que cantan sobre las selvas de internet”, Indio parece reprochar el discurso reductor, simplista y crítico que se da en el anonimato detrás de un teclado a través de Internet y las redes sociales (estos pájaros no son otra cosa que una referencia a Twitter). “Nos chillan su virtud para luego callar”, canta Solari bastante atrás en la mezcla. Así abre su cuarta entrega solista, titulada “Pajaritos, bravos muchachitos”.

En “Beemedobleve” continúa esa batería que suena casi a lata y torna algo aburrida la melodía, que sí destaca en las guitarras. La voz de Indio suena opaca, pierde su tono desafiante, manteniéndose en un registro casi invariable, acaso ocultando el irremediable deterioro que se pudo escuchar, más allá de los inconvenientes climáticos, en su reciente show en Mendoza. Recién al tercer tema logra contagiar a través de las violas de Baltasar Comotto y Gaspar Benegas (un verdadero lujo que una banda cuente con ellos dos); “A la luz de la luna” suena más a rock, más a los Redondos, las palmas acompañando ese estribillo (“bebe cerveza a punto, a punto calentito, sale a correr la noche”) remiten a esos rocanroles de bar antro, de pool, de birra, y ahora sí sus cuerdas vocales se animan un poco más.

Indio parece volver un poco a los últimos discos ricoteros y al principio de su carrera solista; las bases rítmicas suenas pesadas, oscuras, demasiado recargadas y muchas veces monótonas. Las guitarras del nombrado dúo dinámico por momentos sacan las papas del fuego como un destello en medio de la sombras (los solos de “Las supersticiones traen mala suerte” y de “Cada pequeña muerte” son claras muestras). Cuando se acerca a tempos más veloces, como predominara en “Porco Rex” -su mejor álbum solista-, el disco repunta como en “Chau mohicano” (atentos a otro solo breve pero incendiario) o “Un par de fantasmas”, en donde vuelve a despotricar contra un supuesto enemigo (“este es tu último show y estás tan ciego”). Sin embargo, las letras de derrota y desamor funcionan mejor que estas pseudo peleas.

El cierre con la casi completa reunión ricotera tiene sabor a reencuentro sincero. Walter Sidotti, Semilla Bucciarelli y Sergio Dawi comparten la composición de “Mi pajarita pechiblanca” en donde bandoneón y saxo arman un experimento entre bizarro y festivo que recuerda las buenas viejas épocas.

A esta altura no pretendemos que un artista al que le conocemos sus deslumbrantes trucos nos sorprenda, pero el disco no termina de contagiar. “Sigo siendo el mismo de siempre y te aburre mi voz” canta en “Había una vez”, un atrayente mid-tempo con reminiscencias a Patricio Rey. Sin llegar a ese extremo, esa línea de la lírica casi que se convierte en realidad: en “Pajaritos, bravos muchachitos” por momentos Solari es tan solo un mudo con su voz.

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Redacción ElAcople.com

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