RESEÑAS

Indie-gentes

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En junio de este año nació “El conejo de la muerte, un ciclo de conciertos organizado por Lobotomic, novel trío de rock con tintes stoner, psicodélicos, según lo que amerite cada canción. Hasta el sábado, se habían realizado tres ediciones. La cuarta (¿y última?) rescató nuevamente el espíritu con el que se inició la movida: juntarse a tocar con bandas del mismo palo y utilizarla como vidriera para pegar el salto.

El Festival de los Viajes, interesante combo que navega las aguas de The Velvet Underground, Can y Silver Apples,es una especie de súper grupo indie: algunos de sus integrantes provienen de Poseidótica, Kahunas, Dragonauta y otros valores de la escena. Sin embargo, es un proyecto con vida propia, ya que el año entrante editarán su segundo larga duración, que aparecerá el próximo año.

En la hora que permanecieron sobre el escenario -decorado con trapos y un triángulo de luz de neón que representaban al conejo del logo del festival-, se sumergieron en lo suyo y obligaron a la escasa concurrencia a hacer lo mismo: a meter la cabeza en la melódica que ejecutaba una atractiva corista.

A continuación, subieron los más prometedores de la noche: The Baseball Furies, que en formato cuarteto desplegaron menos spaceque de costumbre; afortunadamente, bajaron su música a tierra para rockear al estilo de su último EP: “The sad mercurian”-uno de los mejores tracks del año- y “A rather agressive atmospheric fluctuation”, un furioso vendaval guitarrero en la senda de Lou Reed, el mejor momento de la noche.

Además, aprovecharon para adelantar temas aún inéditos que posiblemente salgan en su primer disco, el cual se encuentra aún en proceso de grabación. Mientras tanto, para hacer menos insoportable la espera, estrenaron el video de Star dealers, el cual tuvo escenas rodadas en Rosario y otras en Buenos Aires.

El último tramo del viaje llegó con “Escape from Popperland” y el público -entre el cual se encontraban los músicos de Banda de Turistas– los saludó con fervor, al tiempo en que se fueron retirando.

No más de veinte personas se quedaron a ver a Lobotomic. Entendieron que lo mejor había pasado y los que se animaron a quedarse, también se fueron yendo. Es que su música no encaja con la idea de las dos anteriores y un aterrizaje forzoso de la química interior no es algo que se pueda disfrutar. Pero así son las cosas, los amos y señores del ciclo merecían cerrarlo por su condición de dueños y que disfrute quién tenga ganas de disfrutar.

 Nuevos valores se van sumando a lo que propone el circuito under porteño. Por fortuna, de a poco se van multiplicando los lugares para tocar y es posible hacer un seguimiento de estas bandas que, a lo mejor, sean las tapas de las revistas de mañana. Y no estaría mal.

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