RESEÑAS

Huracán de corrientes

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Viernes de febrero, fin de semana al fin. Cansados, pero relajados. El ritmo de la ciudad, de a poco, vuelve a ser el de siempre. Los bondis vuelven a ir llenísimos de aquí para allá; reaparecen esos nerviosos que cruzan cuadras sin paz, sin desconectarse de su celular; y Palermo siempre será Palermo, con su onda tan mala onda: aunque haya alguna rotisería gaucha que te haga la segunda para una previa, también habrá un encargado que te negará el baño del bar cool del cual es esclavo.

El público que en la tardecita se acercó esta vez, parece distinto a aquella tribu de melenas, anteojitos y cualquiera de Cortázar bajo el brazo que pintaba en cada show de Pez. Peinados a la moda, vestiditos floreados, mini shorts, perfume… ¿Mejor o peor? Como mínimo, más agradable a la vista. Igual, alguno había.

A poco de abrirse las puertas, se corrió el telón para que los Fútbol pongan el pecho como si estuvieran en el potrero. Lejos de las sutilezas con las que están cargadas sus tres discos -matices progresivos que se podrían emparentar con fintas de esos jugadores que algunos llaman líricos-, combinaron empuje y efectividad en un set de poco más de media hora.

Dos cervezas después, el telón volvió a correrse mientras de fondo sonaba esa pieza sinfónica tan conocida de “Star Wars”. Una obertura que quizás nada tenga que ver con la estética de la banda de Ariel Minimal, quién lució su cabeza rapada a cero. Pero da igual, enseguida agarró su guitarra y arrancó: “Creo que amamos el dolor”.

Cierta vez, Benicio del Toro, dentro de una bañera llena (de agua, claro), le pidió a Johnny Depp que le tire una radio, encendida, mientras por la misma suena “White rabbit” de los Jefferson Airplane. Quería sentir mejor esa música, alegaba.

De la misma manera, cada tanto, Pez (que es un pez y vive en el agua) le agrega mucha electricidad a lo suyo y patean que da calambre, dejan hormigueando el cuerpo un rato largo. Lo intentaron esta vez con “Ahogarme”, “Gala”, “Maldición”, “Los orfebres”, “Fuerza”… pero la acústica del lugar no le hizo justicia al sonido con el que la banda pretendía sonar. Algunos pueden pensar que cuanto más desprolijo, es mejor. Pero tanta energía invertida es en vano si no se distingue lo que el cantante quiere entonar o si los dedos del buen tecladista que es Pepo Limeres suenan casi mudos.

Al menos, entre cada canción, el micrófono del vocalista se hacía algo más audible y dejaba clara su postura ante la parquedad de algún que otro fanático. “No hay nada que entender, es un show de rock. Yo estoy drogado, vos estás drogado y a nadie le importa nada. ¡Rocanrolenenen!”, declaró tras tocar un pedacito de “International love”, hit de Fidel Nadal, cuando los de abajo se debatían entre reírse o aplaudir. “Fundamental y necesario… ‘Respeto’, tales fueron sus palabras para presentar la última canción de la noche que, en rigor de verdad, no lo fue: “El cuerpo es un momento”, junto con Federico Terranova, violinista de los teloneros, pondría, ahora sí, el punto final.

Por fuera del calor insoportable de Niceto, todavía el cielo tenía una luz naranja que invitaba a hacer algo, a moverse como un pez en el agua que uno más quisiera. Mucho taxi, mucho “te llamo en un rato y arreglamos”, parejas abrazadas, más cerveza en los locales linderos. Recién ahí comenzó el viernes.

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