RESEÑAS

Himnos urbanos

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Como ocurre en estos casos, lo malo era volverse, de tan lejos, tan tarde. No existe la teletransportación; sólo bondis semivacíos, desvencijados. Y no vayas a perder uno, te podés clavar un buen rato esperando. Pero a lo mejor sirve para repasar lo que pasó. Tomá nota mental.

Por fin está refrescando; el otoño, aunque con retraso, llegó. Está lindo para caminar por San Telmo, sobre las calles empedradas; mirar y tentarse con las cervecerías, con una mano en el bolsillo de la campera y en la otra, un cigarrillo. Defensa y Balcarce están cortadas por reparación. No falta mucho para las elecciones y ese es un viejo truco, casi siempre muy efectivo.

Cada tanto se escuchan voces foráneas, femeninas, presas en cuerpos moldeados en locales de comidas rápidas. Como contrapartida a esas apariciones agridulces, un grueso puñado de bolsas de basura crujen destruidas y lucen acumuladas de a montones sobre las veredas. Algunos parias en su propia ciudad revisan el botín. Algo rescatan.

Así se llega a La Trastienda, un lugar muy ameno pese a los precios de las barras. Al menos, no rebalsa de gente: se puede transitar con tranquilidad, aún abrigado, con algunos botones menos, quizás. Es miércoles, casi en el final del horario post-office, pero el indie no curte ese palo. Son como cualquiera de esos adolescentes de recitales, que toman cerveza, fuman porro, tienen novias, preocupaciones, acné o bigotitos. O todo eso junto. Y cámaras digitales. A ellos, Santiago Motorizado, de bermudas naranjas y remera de Kiss, les pide que cierren sus blogs, apaguen (sic) sus facebooks, “porque no hay fiesta en otro lado. Quizás la fiesta esté acá”. La música de El mató a un policía motorizado no cabe en ese canasto, no se ve en el espejo de esa palabra repetida, gastada. Poco tiene que ver con el jolgorio, pero qué importa; muchos saltan al compás de la pared de sonido levantada por este quinteto sensación, ese que lidera un bajista, gordito y carismático, que si sos periodista puede que te invite a su casa a comer fideos caseros.

El año pasado cerraron una trilogía de EP’s con Día de los muertos. Con eso terminaron de explotar y llegar a este punto de abundante repercusión mediática, coronado por este show consagratorio.

Aparte de las ruidosas texturas generadas por Niño Elefante y Pantro Puto -los dos guitarristas- la clave del éxito de estos tipos comunes que rockean, están en las letras de sus himnos barriales. Son puros esloganes; al parecer, fáciles de recordar, porque todo el auditorio los canta a rabiar. “Chica rutera”, Mi próximo movimiento, “Vienen bajando” y “El árbol de fuego” figuran entre los favoritos… pero pasa algo muy especial con un tema en particular, que esta vez fue dedicado al genial Fabián Casas.

Más de once mil kilómetros separan a La Plata de Seattle, pero, salvando las distancias, “Amigo piedra” podría entenderse como el “Smells like teen spirit” de esta década, nacional y popular. El hit épico de El mató pone locos a los pibes, que cuando llega el estribillo agitan la cabeza y simulan un pogo. Tal como Cobain, los motorizados no apelan al discurso contestatario explícito, rasgo característico en la juventud rockera, si se permite la generalización. Es por eso que emocionan más todavía, se siente la empatía.

Después de ese pico, músicos y concurrencia lucían más relajados, lo que favoreció largamente a la interpretación y recepción de las canciones. Era placentero y vertiginoso, como viajar en moto por una avenida desierta. Apenas existieron unas pocas interrupciones, cada tres o cuatro minutos, pero eran para aplaudir. Sin falsas despedidas ni retiradas breves a los camarines, el concierto terminó en el momento justo y, con entusiasmo, la ovación copó el salón. Había que salir; a nadie le importó: la satisfacción era total.

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