EDITORIAL

Hacerse cargo

Por  | 

Las noticias, todos lo sabemos, son tan efímeras como las modas. Cuando todavía no terminábamos de creer que un tal tsunami arrasaba gran parte de Asia (una muestra más -y van…- que con la naturaleza no se jode) nos encontramos perplejos ante la pantalla del maldito televisor, viendo como las bengalas, el humo, la irresponsabilidad y nuestra propia desidia se llevaban, en orden cronológico, 9-30-80-120 y 175, para terminar el conteo en la friolera de 188 almas.

Diciembre (otra vez diciembre) se despedía llenando de bronca nuestros buenos aires. Tragedia, llanto, desesperación, familias destrozadas. A continuación, la angustia y el enojo. Y este dolor que es nuestro. Nada más que nuestro. Nuestros amigos son los que se fueron. Sabemos quienes somos. Tenemos lo que somos, aunque suene a juego fácil de palabras. Y deberíamos saber también que estamos enfermos. Somos nosotros los que no maduramos. Somos nosotros los que no nos respetamos entre pares, entre compadres.

Somos como las candelas: unas máquinas de escupir para arriba. Somos los mismos que hace 3 años pedíamos que se vayan todos. Un grito de guerra que sólo aparece cuando suceden hechos de esta magnitud. Porque ni se nos ocurre ensayar el grito cuando vemos chicos muriéndose de hambre o gente que duerme en la calle, por citar solo un par de ejemplos.

Somos cultores del ensayo-error, no aprendemos. Y eso es lo más terrible. Hoy levantamos el dedo acusador y ponemos en la hoguera a Ibarra y a Chabán. Y la gran pregunta que me perfora la cabeza es: ¿Que hiciste vos, que hice yo, que hicimos todos, sabiendo como son las cosas? ¿O recién el jueves 30 de diciembre descubrimos que Papá Noel son los padres? Omisión, egoísmo, ignorancia, falta de educación y más. La lista es interminable. Todos y cada uno sabremos qué opción nos toca tildar.

Y pedimos justicia. Reclamamos la presencia de la ciega con la balanza como un bebé reclama el chupete con Xilocaína cuando está cortando los dientes. He aquí la gran paradoja: la justicia no les va a devolver a sus seres queridos, así como el chupete con gel no va a impedir que al bebe le duelan los dientes, que siguen saliendo.

No puedo evitar sentirme un pelotudo cuando reclamo justicia por algo que, todos y cada uno desde su lugar, pudimos haber evitado. Pero no hay caso, el reclamo es inevitable y es difícil discutirlo lógicamente cuando el dolor está tan presente.

Olvidamos rápido. La televisión, los diarios, las revistas, todos los medios nos muestran, a su manera, la sucesión de imágenes devastadoras. Y las miramos y hasta creemos sentirlas como propias. Y ahí nomás otro título acapara la primera plana y nos olvidamos de lo que sucedió hace horas. El negocio de la muerte no se detiene y parece ser el más rentable. Morbosa y lamentablemente rentable.

Nuestra historia se escribió (y se escribe) con la pluma de la traición a nuestra memoria, mostrándonos, una y otra vez, el camino de la eterna repetición de sucesos nefastos (¿Alguien se acordaba de Kheivis hasta el 30 de diciembre?)

Y ahí aparecen los carneros de siempre, jactándose de sus predicciones con el siempre odioso yo lo dije hace tiempo; distanciándose de la situación enrostrándonos lo bien que trabajan ellos (esto no hubiera sucedido si trabajaramos en conjunto) y lo mal que trabajaron los otros (nosotros tenemos experiencia…, no somos ningunos improvisados…). Se pontifican haciendo gala de su excelente eficiencia y capacidad para predecir sucesos como estos.

Se pone en marcha el circo de la demagogia. Aparecen, también y cuando no, los campeones olímpicos del gran deporte nacional: El postpalabrerío. La definición que figura en mi diccionario reza: dícese de los charlatanes que siempre aparecen después de los desastres y que sólo hablan porque les gusta escuchar el sonido de su voz. Es fácil identificarlos, son esos que dicen mucho sabiendo nada.

El famoso harina para mi costal. Nada que sume o aporte.

Hoy solo nos queda arremangarnos y tratar de reconstruir esta historia. Pero sin olvidar. Aprendiendo de nuestros errores. Sino no sirve de nada, sería como intentar construir un edificio sentando las bases en un pantano. Siendo un poco más animales y mucho menos humanos, con todo lo que eso implica. Moviéndonos como una manada de almas que se cuidan, se respetan y dan la vida por el otro. Hacer de nuestras tripas un corazón. De esos grandes que laten con fuerza. Hacerlo con el alma y nuestro amor por esto tan maravilloso que es el rock, sin distinción de sub géneros.

La música nos seguirá ayudando a tapar estos agujeros de una tragedia que nos enlutará y (espero) nos marcará por el resto de nuestras vidas. Hagamos que nuestra música -el rock, en todas sus variantes- siga siendo un grito de rebeldía, un lugar inexpungable en el cual podamos guardar a cada una de estas personas. Si seguimos acá, si la podemos contar, si nos mantuvimos en pie, no perdamos la oportunidad de cambiar la historia.

Ojalá todas estas vidas no se hayan perdido en vano. Ojalá abramos un poco más los oídos y cerremos un poco más la boca (por algo tenemos dos orejas y una sola boca no?). Ojalá sirva para luchar -de una vez por todas- por nuestra dignidad, para poder vivir una vida mejor y más justa. No nos entreguemos. No les demos el gusto.

Gracias FEdeS por la tormenta de ideas.

1 Comentario

Tenés que estar logueado para escribir un comentario Iniciar sesión