RESEÑAS

Fórmula justa

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Globos color patria que tratan de contener un manojo de ilusiones se agitan antes de que empiece el show en esa tarde -casi noche- de sábado en el estadio Obras. Remeras pegadas al corazón que vibran con consignas contra aquello que vino prefabricado se empapan por sentimientos fundamentalistas de rocanrol.

“EL BORDO baila su rocanrol”, grita el “núcleo duro” de fanáticos, apostados frente al escenario. Los cánticos contra militares, ingleses y “chetos” se intercalan con la entonación de “Rocanroles sin destino” y “Ojalá”, de CALLEJEROS, y alguno que otro verso contra la popular.

Un video en las pantallas laterales muestra imágenes de paz y de guerra, violencia y calma, casi como una recopilación de historia propia y extranjera. Cuando las luces se apagan y el telón deja ver el escenario, enfundado en telas con colores marrones, rojos y naranjas, empieza “El insatisfecho”.

Es en ese momento que el núcleo duro demuestra que ellos tiene el “agite”, que ellos se la “bancan” a pesar que la mayoría no supera la veintena de años. Esa suerte de estratificación a nivel del suelo demuestra que muchas cosas no cambiaron.
Muchas, como escuchar a ALE KURZ cantando temas de la primera placa del grupo, “Carnaval de las heridas”, como con una voz más limpia que busca la simpleza de los tonos propios sin forzarla.

“¡Bienvenidos a la vereda! Este camino nos lleva a donde voy”, anuncia KURZ para que las canciones de la segunda placa, “Un grito en el viento”, sean una vez más cantadas por el público, como la chacarera rockerizada “Me da igual”.

Mientras “Así” y “Blues de Matanga” suenan en un Obras lleno, dos bailarinas vestidas de negro se contonean mientras los ojos masculinos brillan de felicidad mientras la ropa empieza a caer al piso.

Los sonidos de tango empapan el ambiente con “Te devoran” antes de que KURZ avise: “Vamos a cruzar la calle”. Y así empieza el hit.

Los gritos y coros no dejan lugar a las canciones, y mucho menos cuando SALVADOR TIRANTI de LA COVACHA pisa el escenario para entonar “De vuelta al juego”.

El lapsus de tranquilidad de “Volviendo del sol” mueve a los brazos en el mismo sentido, mientras las voces repiten: “Voy a empezar a sentirme bien desde el comienzo/No más versos sin amor por cuidar al corazón”, hasta convertirse en uno de los mejores momentos de la noche.
Hasta que ELI SUAREZ, de LOS GARDELITOS, presta su guitarra en un rock renguero de versos cortos como “La patada”, para llenar de euforia a todos y cada uno de los seguidores bordolinos.

Los ritmos frescos de uno de los clásicos de la banda, “Quiero ver”, van anunciando el final. Pero no sin una última aclaración de la banda por parte de KURZ: las banderas, que tuvieron el tratamiento ignífugo, fueron sacadas a último momento. “Cometimos errores en el pasado, pero cuando queremos hacer las cosas bien no nos dejan”, se queja el cantante frente a todo su público.

Los sonidos murgueros de “Los perdidos” y el clásico “A mi favor” dan el broche final al primer paso de EL BORDO en Obras, ocho años después de su nacimiento.

EL BORDO es un resultado. Pero no como algo planeado de antemano, sino como la fusión de un manojo de variables en el momento justo: líricas prolijas y contestatarias pero sin demasiadas complejidades y acordes crudos de rocanrol que no dejan afuera sonidos de la murga, el candombe y el tango. Pero lo más importante: un público, que más allá de sus edades, buscan y encuentran un discurso a seguir, frases para gritar y sentimientos propios dentro del infinito caos de la realidad.

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