RESEÑAS

Fiestas empastilladas

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¿Qué pasa, che?, grita JUAN “PITI” FERNÁNDEZ. Él, esa suerte de nuevo trovador por el que circulan mares de filosofía de barrio, electroshocks de rock y gotas de melancolía, es el cantante de ese extraño fenómeno que comenzó siendo un murmullo, para ser un grito a final de año: LAS PASTILLAS DEL ABUELO.

¿Qué pasa? Simplemente que LAS PASTILLAS (y su público) crean la fiesta que merecía su último cd homónimo, que semanas atrás en su presentación oficial se diluyó en tres fechas. El miércoles por la noche, en El Teatro Flores se concentran sentimientos, gritos y fervor en el alma y la piel. El fondo del escenario -que se abre a las 21.10- se enfunda con la tapa del disco: un intenso rojo donde se apoyan las letras negras que forman el logo de la banda.

¿Qué pasa? LAS PASTILLAS crecieron, con todas las letras, por el método que toda banda quisiera tener en sus inicios: “el boca en boca”. La bendita red de redes propagó sus acordes y los shows ratificaron sus dones en la canción. Las luces violetas transforman todo el escenario cuando empieza “Solo Dios (Almafuerte)”, el primer tema de las dos horas y media de show. Los globos rozan las yemas del público mientras JUAN COMAS, con gorrito de Papa Noel incluido, empieza con el ritual rítmico que desgasta la batería durante todo el recital. Un flotador con forma de pato está entre las primeras filas, acaloradas y húmedas, donde el aire no llega. Y uno le ve poca vida a ese amarillo accesorio veraniego.

¿Qué pasa? Que si esta no es la fiesta, la fiesta dónde está. La marea de gente va y viene durante los siguientes temas: “La Cerveza”, “Puta” y “Tantas escaleras. Las luces azules crean ese imaginario mar sobre el escenario, donde las notas de “Amar y envejecer” nadan hasta llegar a las ya transpiradas orejas del público. Los pasos de charleston piden salir ante el ritmo de “Historias”, pero se pierden entre la muchedumbre que se agolpa hasta “Miedo a equivocarme”. Y el bienaventurado pato sale ileso hasta llegar al fondo.

¿Qué pasa? Que LAS PASTILLAS llenaron un espacio en el actual panorama musical argentino que estaba vacío. El barrio, con sus simplezas y complejidades, sale a la luz en versos limpios y bien rematados. ¿Acaso algún hombre no llegó a entender y sentir “Eras un rompecabezas disfrazado de princesa” que se lamenta en “Lo + fino”, una de las tantas canciones de desamor de LAS PASTILLAS, al igual que “La Casada”? Las vetas acústicas se codean sin problemas entre la furia de “La Chacarera” y la calma con lapsus de reggae de “Por un peso cincuenta (Peldaño)”. Esa variedad de sonidos y sentidos que propagan las canciones de la banda bien podrían ser un simple rejunte de géneros, pero hay un eje central que recorre cada nota: el rocanrol, pero en su dosis exacta y precisa.

¿Qué pasa? Llega el final. Llegan los signos de cansancio por la hora, el calor y el hambre. Pero la fiesta no para. “Los oportunistas” y “Osiris” se extienden para ser un falso broche de cierre. Unas canciones más, unos pasos más y cientos de voces llegan hasta el final: “El Cowboy”, “Skalipso” y “Otra vuelta de tuerca”.

¿Qué pasa? Que LAS PASTILLAS DEL ABUELO cerraron un año donde rompieron todos los esquemas de comercialización discográfica, donde encontraron su nicho como una banda que habla de pequeñas historias de la vida cotidiana sin caer en burdas palabras ni lugares comunes. Y todo en medio de una fiesta entre fiestas.

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