RESEÑAS
Esa boca que canta tantas cosas

Es peligroso que FRANCISCO BOCHATON vaya, solito, a morir en la clandestinidad. Clandestinidad del alma, ojalá supongan todos. Así seguramente no lo querrá la poesía, pero sí la gente que ha ignorado sus proyectos (PELIGROSOS GORRIONES, etapa solista, quién sabe qué después de hoy…), sus meticulosos proyectos, sus inmortales ideales artísticos, sus grandes conciertos, sus malos conciertos y sus grandes poesías. Si, sus grandes, muy grandes poesías.
Alejado del star-system, del mainstream, distanciado de la composición de canciones tontas, de esa forma facilista de edulcorar canciones con aparatosas combinaciones que no llegan a nada, BOCHATON se afirma en el costado alternativo en la ruta que sigue el rock que se hace en Argentina. Aunque sus canciones no tengan nada que ver con aquello que se llamó “nuevo rock argentino”, fue incluido en esa bolsa, más que por estilo y convicción, por una cuestión de generación y de falta de propuestas interesantes. El ex PELIGROSOS GORRIONES ha sabido encontrar su pequeño espacio de libertad de expresión con canciones que desnudan sentimientos de pérdida, con letras e instrumentaciones sencillas, con vuelo poético, y que –en su etapa solista- tienen menos distorsión y mucha relajación.
En la Trastienda
No es un problema mayor la elucidación de lo vivido el viernes pasado en La Trastienda. FRANCISCO BOCHATON es el poeta de lo sublime, de lo que no tiene nombre; es el contestatario y parsimonioso poeta de la calle. El que busca “…lo extraordinario para decirlo con palabras comunes y corrientes”, diría ROBERTO BOLAÑO.
Sabe que entre la soledad que existe entre él, el micrófono y lo que lo rodea, hay un espacio donde pueden construirse espacios de relajo, espacios donde la banda edifica una gran construcción de cimientos básicos: una base rítmica bien contundente, un guitarrista hábil y un tecladista ducho.
Una chica de la platea, con tono medio bobo, típicamente cuadrada y cuasi cheta, grita un: “Bochi, sos hermoso”, y el Bochi se pone a reír cuando apenas había amainado el poder grave de las cuerdas de su bajo colorido de negro.
Parsimonia, sosiego, tranquilidad y calma. Así van pasando canciones nuevas y viejas. “La Calle”, “22:33” y “Nazareno” son el eufemismo musical, la parte donde BOCHATON delega en FERNANDO KABUSACKI la responsabilidad de llevar adelante las canciones mediante sus movimientos rápidos, pedalera incluida.
“Tu boca fue llenándose de palabras” termina de cantar nuestro héroe en “Gaviota”, canción hermosa como “Gravita el alba”, que cierra el último disco y según BOCHATON, “Nadie sabe de qué habla”.
“Recuerdo la noche” es dedicada a una espectadora que acusó al Bochi de “cornudo”, y la senectud de algunas canciones del álbum “Cazuela” se escuchan aggiornadas por nuevos arreglos un tanto más virtuosos y libertinos, menos formales, “de cámara”, si se le puede llamar de alguna forma al sonido de aquel disco.
Termina el show y FRANCISCO BOCHATON se despide de un público fiel, que lo abraza al canto de que “no se muera nunca” y “otra más y no jodemos más”. Se despide y tras bambalinas agita el brazo para despedirse nuevamente. El público lo ovaciona, lo alaba, y lo vuelve a despedir, sabiendo que nunca abandonaría a su héroe a la soledad de la clandestinidad; esa clandestinidad donde BOCHATON ha sido siempre verdadero.
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