RESEÑAS
Entre dulces y vegetales

La noche del último viernes se ofrecía perfecta para salir a respirar los aires primaverales; un cielo repleto de estrellas, una luna angosta pero capaz de encandilar hasta el ojo escondido detrás de los anteojos más oscuros, y un calorcito digno de disfrutar en sandalias y bermudas, eran el escenario que acompañaba la velada. Sin embargo, la temperatura prometía elevarse más aún para todos aquellos que emprendían viaje hacia el Salón Sur de Pompeya, sedientos de probar el cóctel que Arbolito y Karamelo Santo tenían preparado.
Una mezcla de rastas, crestas, bambulas varias, bombachas de gaucho, polleras, banderas indígenas y alguna que otra Topper coloreaban el boliche que, lentamente, se iba transformando en una atípica peña juvenil. Así, con todo ese efervescente tráfico de energías, llegando a las 00.00 del sábado 1° de noviembre, Karamelo Santo se preparaba para salir al escenario.
“El día de los muertos y el día de los santos… ¡nos encuentra a todos unidos!” diríaPedro “Piro” Rosafa (percusión y voz) casi a modo de saludo. Será que estos santos, de santos no tienen más que el nombre; y los muertos, para quienes se encontraban en el Salón Sur, no eran más que la legendaria banda que agitaba las noches de los noventa de la mano de un pegadizo reggae-ska-punk.
El calor sofocaba a cada una de las piernas que se movían al estilo rude boy con el ritmo de clásicos como “Negro”, “El baile oficial” y “Papa noah”, entre otras. Los ventiladores ubicados al lado de la barra, en el costado izquierdo del boliche, eran el refugio para los deshidratados que llegaban rogando un trago de cerveza, o aquellos cuerpitos de baja presión que necesitaban, cada tanto, recuperar un poco de aire y glucosa.
Llegando al final de esa primera parte, sonarían los más coreados por el público: “Nunca”, “Tomate un vino”, “Fruta amarga” y, para ir preparando el terreno, “El alcatraz”, un clásico peruano capaz de enfiestar multitudes. Luego, el cierre con “La culebra” y el saludo final, que no propondrían despedida, sino un break para tomar un trago y disfrutar de la fiesta que, –reggaetones mediante en un principio, murguitas uruguayas después– el ya harto conocido en el ambiente, Dj Leo Jara, ofrecería a los asistentes.
La espera no sería demasiado larga; o al menos, para nada tediosa. No eran las tres de la madrugada cuando las luces volvieron a apagarse y, entre los humos oscuros que hacían de cortina en el escenario, se escuchó el grito de la quena que caracteriza el sonido de Arbolito. Luego de esa introducción sonaría el tan difundido primer corte de su último disco, “La costumbre”.
Como ya es tradición, los coros estuvieron a cargo de la ex MPA, Verónica Condomí, quien no sólo impuso su dulzura en cada tema, sino que también tuvo su momento personal cuando se adueñó del escenario interpretando “Zamba para la guagüita”, canción que le dedicó su padre, Miguel Condomí, desaparecido en la década del 70.
En el último tramo, una serie de chacareras terminarían de convertir el predio en una enorme y multitudinaria peña. Pero la sorpresa vendría de la mano de “La recuperada”, para la cual subiría el santiagueño de familia numerosa, Peteco Carabajal, a reforzar esos versos que cuentan la historia y situación actual de tantas fábricas de nuestro país.
Eran las 4.20 cuando los músicos dieron su saludo final. Y para ello no sólo se guardaron la fiestera “Arveja esperanza”, sino también su casi instrumental versión de “La hija del fletero”, uno de los tantos himnos ricoteros, en el que el público dejó lo poco que conservaba de sus gargantas.
La música siguió animando la fiesta mientras algunos cuerpos cansados emprendían la retirada y otros se disponían a comprar la rifa que la banda organizó para colaborar con el Bachillerato Popular “Arbolito“, y en la cual el premio es nada más y nada menos que la chata que los trasladó durante diez años. Esa chata que tantos caminos recorrió, que tantas historias conoció y que, habiendo cumplido su ciclo, espera ser adoptada por otro grupo de locos que puedan seguir cuidándola y alimentando la mística que lleva en sus ruedas. El rezo de Arbolito demuestra tanta claridad como amplitud: Viajes, rock, folclore, compromiso, autogestión… ¡vinito y amor para todos!
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