RESEÑAS
Elogio de la locura

“Digan lo que quieran las gentes acerca de mí (…), sola, yo soy, no obstante, la que tiene virtud para distraer a los dioses y a los hombres. Si queréis una prueba de ello, fijaos en que apenas me he presentado en medio de esta numerosa asamblea para dirigiros la palabra, en todos los rostros ha brillado de repente una alegría nueva y extraordinaria, habéis desarrugado al momento el entrecejo y habéis aplaudido con francas y alegres carcajadas, que, a decir verdad, todos los aquí presentes me parecéis ebrios de néctar y de nepenta, como los dioses de Homero, mientras, hace un instante, os hallabais tristes y preocupados, cual si acabaseis de salir del antro de Trofonio”.
Son las palabras de Erasmo, quien a través de Stultitia, monologa a favor de la locura. Aunque se haya escrito a comienzos del siglo XVI, el párrafo resiste una analogía actual: sus palabras recuerdan ese instante de eternidad en el que un rockero cualquiera se deja ver a su multitud, la cual lo ovaciona hasta reventarse la garganta, aguarda pacientemente que se acomode en su sitio y comience con lo que tenga para ofrecer.
Resulta que las coincidencias no acaban allí, porque en una noche de luna llena, en el coqueto Luna Park, hubo también unos sujetos que le rinden tributo a la insanidad, a la psicopatía. Que, además, en ocasiones, rebosan escatología, pero también saben emocionar con letras que abordan cuestiones metafísicas.
Pasaron casi dos años desde aquel triunfal y consagratorio concierto en River Plate, durante una fría noche de mayo. Hasta el jueves, Bersuit Vergarabat no hizo presentaciones en Capital Federal por sus propios medios, bajo su propio cartel. Hubo, sí, incursiones en festivales, pero nada como esto.
Hablando de lunas, al terminar “Madre hay una sola” -primer tema de la lista-, salió una de mentira, desde el piso hasta el techo, como si fuera un sol, para quedar en composécon la pared de caverna que hacía de escenografía. En ambas se proyectaban dibujos rupestres que cambiarían de colores -de más sutiles a más chillones- según la canción. La orquesta bersuiteraoptó por mostrarse sentada y distendida durante la primer media hora de show, acompañando a los temas de siempre (“La soledad”, “Perro amor explota”, “La del toro”) con instrumentos atípicos, como un caracol o uñas de cabra. El público, tranquilo, colgado en los acordes suaves desprendidos por las cuerdas de nylon. La demencia estaba siendo relegada, apenas suministrada en pequeñas dosis. Abundaba la sobriedad en los cuatro costados del estadio.
El set intimista terminó con “¿Qué pasó?” y tras una breve estadía en camarines, una música electrónica introdujo a “Laten bolas”,primer corte del último disco de los Vergarabat, el cual por fin desató lo esperado.
Gustavo Cordera se mostró inquieto y estuvo a la altura de algunas de las grandes piezas que seleccionaron para la noche: “A los tambores”, “El gordo motoneta” y “El guerrero”, también de último álbum, que rescata emotivamente un poco de las épocas más reventadas y oscuras de Bersuit.
El grupo surgió a la vera del Riachuelo, del mismo lugar al que pertenecemos todos nosotros, según afirmó Cordera antes de empezar “En la ribera”, el mismo que daría el puntapié inicial de un segmento cumbiero. El clima cambiaba una vez más; la faceta festiva puso al palo a la concurrencia, la misma que, al igual como se estilaba a hacer en diversos espectáculos televisivos de los noventa, le pedían al cantante que mostrara su retaguardia durante la sugestiva “Comando culo mandril”. “El viejo de arriba”terminó con dicho segmento y dio paso al momento solista del notable corista Dany Suárez (“Esperando el impacto”) y el lamento pop del entrañable Tito Verenzuela (“Ades tiempo”)
Un puñado de hits bien arriba (“La argentinidad al palo”, “Tuyú”, “Se viene”) y un bis definitivo en cámara lenta (“Negra murguera”, “Murguita del sur”, “Un pacto”) fueron los últimos instantes antes de que los ocho músicos regresaran a sus aposentos, a sus hospicios personales, de los cuáles saldrán recién el 9 de mayo; otra luna llena ganará el cielo y no serán hombres lobos quienes convoquen a miles en el palacio de los deportes porteño: ocho rockeros en pijamas. ¿En pijamas? Sí, y están totalmente locos.
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