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El siempreterno

Hay momentos en los que uno debe parar, reflexionar y tomar conciencia de lo que está viendo. Bob Dylan, tal vez el músico contemporáneo más importante de la historia, está ahí, enfrente tuyo. Ese al que llamaron Judas para luego nominarlo al premio Nobel. Ese que dijo que la música no era solamente para cantar sobre chicas. Ese hombre que 50 años después sigue empuñando su guitarra. Y está ahí, para vos y tres mil personas más. Muchas, pero pocas comparadas con las millones que les gustaría estar en tu lugar.
A diferencia de su visita anterior en Vélez, el marco y el precio de las entradas hace que solo esté la gente que realmente lo admira y que sabe que va a encontrase en el show. Las iniciales “Leopard Skin Pill Box Hat” y “It ain’t me babe” lo confirman. Primero la voz (se sabe: Dylan nunca fue un cantante agraciado, hablando técnicamente), que hoy está destrozada; ni siquiera llega a lo áspero de Tom Waits. Las viejas canciones no las canta casi, las recita. Como Leonard Cohen en su peor momento. Las canciones son irreconocibles: sufren una restructuración tan brusca que muchas solo se reconocen al entonar alguna frase de algún “estribillo”. Ahora esto es lo que te atrapa o lo que hace que lo detestes. Esta cosa de confrontación es lo que mantiene vivo el espíritu Dylan.
Esta vez se lo ve más suelto, más divertido, cambiando entre su Hammond y la guitarra. Incluso también solo tomar el micrófono acompañado de su armónica. Son pocas las personas que intimidan tanto con tan poco. Otro caso podría ser el de Lou Reed, porque incluso McCartney impone respeto pero genera simpatía. Dylan tiene un eterno halo de misterio y de historia encima que es casi palpable.
Claro, lo acompaña una banda excelente. Lejos están los años folk o rock and roll crudo. Hoy el músico presenta algo más cercano a la música de raíces; una mezcla de blues y rythm & blues. La escuela de música americana de los últimos 70 años. Incluso Bob se acopla para meter algún que otro solo, pero en definitiva son los teclados en donde se lo ve más cómodo, incluso dejando de tocar solo para contemplar cómo lo hace la banda.
Tony Garnier, tal vez el compañero más fiel que ha tenido Dylan en su carrera, mantiene un bajo perfil. Se destaca más el trabajo de Charlie Sexton en las guitarras y George Recile en batería (verdaderamente impecable). Stu Kimball, y sobre todo Donnie Herron, van intercalando sus instrumentos. Lo que está claro es que jamás serán meros sesionistas pagos los que acompañan al artista. Por algo se juntó con gente de la talla de The Band o los Heartbreakers. Supongo que si no fuera por los cincuenta años de trayectoria, bautizaría a esta banda con un nombre y solo sería un integrante más.
El repertorio es un tanto más acertado que la otra vez (o depende de qué lado lo veas): hay algunas como “Tangled Up In Blue” o “All Along The Watchtower” que no sufren tanta alteración y son hasta reconocibles de entrada. En las más melódicas es donde el cambio es demasiado brusco, tales los casos de “Ballad of a thin man” o “A hard rain’s a gonna fall”. Otras se adaptan perfectamente a la propuesta de la banda como “Highway 61 revisited”.
Y hay dos clásicos eternos que merecen un párrafo aparte: en “Like a Rolling Stone” la banda acompaña, pero la interpretación de Dylan hace que las palabras pierdan fuerza. Lo mismo pasa en “Blowin in the wind”, tal vez el ejemplo más claro de esto de reinterpretar su obra. Curiosamente, o lógicamente, los mejores momentos son las canciones de los últimos discos: “The Levee’s gonna break”, “Spirit on the wáter”, “Beyond here lies nothing”. Ahí es donde todos se lucen y todo tiene más armonía. La cuestión depende de lo que fue a buscar cada espectador.
Dylan no habla. Supongo que está tan cansado de que lo quieran escuchar hablar que desde hace algún tiempo solo quiere que sea su obra la que hable. Y tal vez sea la etapa más musical del hombre, más allá de sus limitaciones. Depende de cada uno aceptar la propuesta de un tipo que nunca fue del todo apreciado en su tiempo. A sus 70 años es admirable que todavía quiera dar más de 100 conciertos al año y quedarse una semana en un país de Sudamérica para hacer solo shows en teatros. Ahí vemos la fibra moral. Un tipo que nació para romper los moldes. Lo ames o lo odies, no lo vas a poder ignorar.
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