RESEÑAS
El hombre arte

“¿Vos conoces la historia de Gabo?”, le pregunta con ojos de enamorado él a ella, que lleva un furioso vestido fucsia. Segunda o tercer cita, no más.
Ella abre grandes los párpados y lo escucha atentamente contar que hace unos años (marzo de 1997), Gabo Ferro estaba en el Hotel Bauen dando un recital con Porco, su ex banda hardcore de letras penetrantes y escatológicas, cuando en el medio de una canción, de la nada y mientras sentía que su voz ya no tenía más qué cantar, se bajó del tablado y se fue corriendo. Al día siguiente se anotó en el Profesorado de Historia de la UBA. Y no sólo se recibió; además, hizo una premiada tesis de doctorado (que hoy ha convertido en su primer libro): “Barbarie Y Civilización: Sangre, Monstruos Y Vampiros Durante El Segundo Gobierno De Rosas (1835-1852)”. Años después, Ariel Minimal (Pez), logra rescatarlo del silencio absoluto y entonces, el Dr. Ferro vuelve para quedarse.
Es así que llegó el pasado domingo, y ese mismo que un día apoyó el micrófono sobre el piso de un escenario y se alejó por la Av. Callao durante años, nos convocó con una tarjeta de invitación que lo presenta como “Solo Set en el Konex”, mientras una foto lo retrata gritando en Mi mayor séptima.
Una bonita sala en las alturas de la escalinata naranja que domina el patio de la Ciudad; parejas, familias, solitarios, extranjeros, fanáticos, curiosos; Milton Nascimento ameniza desde una consola con covers de Los Beatles; una silla de terciopelo rojo, un micrófono y una guitarra; la intimidad.
A las 21.50, el pequeño gran hombre entra sigiloso, meditabundo, profundo, con su insignia anarquista en el pecho, y en una oscuridad casi plena se abraza a la mujer de madera y arranca con un recorrido por su vida y sus cuatro discos.
“Cuando el amor no entra”, “Nada”, “Un par de cositas nuestras”, “La casa: nuestros discos”, “Árbol de naranjas” y “Costurera y carpintero”, entre algunas otras, son las primeras tonadas.
El auditorio es dominado por el silencio. Se escapan los galopes de decenas de ventrículos que bombean sensaciones sin parar y las bocanadas de aire que intentan casi en vano recuperar el aliento que este poeta te quita sin piedad.
“Nunca la quise a la muerte porque vos te vas con ella y yo me quedaré solo, esperando a que ella vuelva, pero no volverá nunca”, nos cuenta “Con su perfume y su olor”, tema que seguramente integrará el sucesor de “Amar temer partir…” (2008). Le siguen “Palabras malas” y las estremecedoras “Nube y cielo” y “El cuadro de mi daño”.
La muerte, el desamor, la traición, el abandono, la pérdida, cantados sin una gota de melancolía, con total valentía y con su maravillosa voz, esa que te endulza, te sacude, te conmueve y hasta te paraliza, según se le antoje.
“Calvas Margaritas”, “Volví al jardín”, “Sobre el camino” y se despide, clásico, sentado en un rincón sobre la tierra, con “Dios me ha pedido un techo”, a capella.
Aplausos, suspiros, declaraciones de amor. El hombre retoma la pluma y la palabra con otro estreno: “no te mires en el agua que te irás con la corriente, mírate en mis ojos y así te quedas para siempre”, reclama.
“Mi vida es un vestido” y “Felicidad Vitamina”, salen a pedido. Y ahora sí, se va, después de una hora y media, con su poesía, la que se mete en tus deseos, tus dolores y tus miedos, tus recuerdos, y te calma. Así se va el músico, el poeta y el hombre. Gabo Ferro, un hombre que no es hombre nomás, es arte.
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