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El canto de la sirena
Regina Spektor se presentó por segunda vez en Buenos Aires ante un estadio GEBA colmado. Con la belleza de su voz como arma principal presentó su último disco.
“Quería volver con estas canciones” había declarado Regina Spektor días antes de desembarcar por segunda vez en nuestro país. La declaración refiere a “What we saw from the cheap seats”, su último disco lanzado hace apenas 11 meses. El dato no es menor ya que este aluvión de visitas internacionales nos trajo artistas no solo en un gran momento sino con material reciente bajo el brazo (Gary Clark Jr., Foals, The Killers, por poner algunos ejemplos).
El rol de telonero quedó bajo el mando de su propio marido, Jack Dishel (Only son). “Mi banda vive en Nueva York”, sentenció previamente a interactuar con la música proveniente de su Ipad, experimento que no resultó insatisfactorio. Poca atención pareció prestar el público, que a esa altura recién se acomodaba en su asiento.
La noche se presentó por demás fría, pero por suerte el viento se mantuvo apaciguado y no logró dispersar el sonido. El espacio abierto del Club GEBA no parecía el marco más adecuado para disfrutar a Regina Spektor. La intimidad pero aún más la acústica perderían por goleada en comparación con su anterior visita en el Gran Rex, pero hubiese necesitado demasiadas funciones para igualar la cantidad de gente que llenó Gimnasia y Esgrima.
Como no podía ser de otra forma comenzó desnudando su voz a cappella con “Ain’t no cover”. “Es muy bueno estar de vuelta, muchas gracias por venir esta noche. Comí demasiado dulce de leche que creo que no puedo respirar, tendría que haberme puesto un vestido más grande”, bromeó antes de continuar con dos canciones de sus anteriores discos: “The calculation” (de “Far”) y ese hit delicioso que es “On the radio” (“Begin to hope”).
Regina agradeció tímidamente entre tema y tema como si fuese apenas una adolescente avergonzada de su talento, como una niña prodigio que no deja de maravillar a su entorno. Acompañada por un violonchelo, teclados y batería (quienes hacen su aparición sólo cuando es necesario) sus cuerdas vocales y su piano son en todo momento el centro de atención, como ocurre en la desgarradora balada “How”, de su último disco, o en “Blue lips”.
En el silencio hay mayor respeto que en el aplauso, y el estadio entero da muestras de ello contemplando el genio de Regina, escuchando con atención y apenas susurrando las letras. Interpreta junto a su marido un tema compuesto por ambos, “Call them brothers”, y una en su idioma natal: “La siguiente canción está escrita por uno de mis compositores rusos favoritos, Bulat Okudzhava; se llama ‘The prayer’. Si fuera una buena traductora se los traduciría, pero ustedes pueden googlearlo”.
Baladas lacrimógenas (“Eet”) se mezclan con dulces juguetes pop (“Better” o “Don’t leave me (ne me quitte pas)”). En cualquiera de los casos agradecemos que Regina no haya seguido su camino en la música clásica por no tener la “suficiente disciplina” como se justifica ella misma.
El fin de la primera parte llegaría con “The Party”; su último álbum dominó la lista de temas, diez fueron las canciones de “What we saw from the cheap seats”. Pero al momento de los bises serían varios de sus clásicos los que cerrarían un show perfecto. “Hotel song” y “Fidelity”, para bailar y seguir sacándonos el frío, y finalmente “Samson” para que nos vuelva la piel de pollo pero esta vez por las emociones que provoca la preciosa balada del desamor, con ese “I loved you first” de la letra a punto de quebrarse.
Como una sirena en La Odisea de Ulises, Regina Spektor nos hechiza con su canto, nos envuelve, nos hipnotiza. El frío de la noche pudo haber congelado nuestros cuerpos, pero la voz de Regina abrigó y reconfortó nuestras almas.
*Foto: Daniela Amdan / Terra
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