RESEÑAS
El cantante

Desde el día uno, Bunbury da la sensación de ser un tipo completamente compenetrado con lo que hace. Después de años de transitar cientos de caminos musicales (y de transitar el camino del exceso), se lo nota más sabio y reflexivo. Es por eso que los últimos tres discos tal vez sigan una línea, con una banda más dura y más directa.
“Las Consecuencias”, nueva producción (de las mejores de su carrera) que vino a presentar, pareciera ser la autobiografía de un tipo frustrado luego de luchar tantos años. Esas historias de perdedores que tantos nos gustan: las consecuencias de nuestras decisiones, las mujeres que nos dicen que no, el estar siempre en todos lados y en ningún lugar. Las cosas que uno hace para no perder la cabeza.
A las 21:40 sale ese hombre de estilo entre texano, gitano y mariachi. Ese tipo que es todo un show en sí mismo, que da la sensación de estar actuando arriba del escenario. El show empieza con una seguidilla de cinco temas de Las Consecuencias, tal vez su disco más intimista y despojado, así que básicamente el planteo de estos shows es diferente al resto de su carrera. Esta nueva banda, Los Santos Inocentes, es básicamente una banda de rock lisa y llana. Por supuesto que Enrique no podría hacer un rock directo y cuadrado en soledad, por lo que tiene al reverendo Rebenaque en las teclas, y a Jordi Mena en guitarras varias, tirando más sutilezas y más musicalidad. Pero está lejos de lo que era ese colectivo que lo supo acompañar llamado El Huracán Ambulante.
Las canciones nuevas son bien recibidas. Si bien en las primeras oídas puede parecer un álbum oscuro y opaco, con el correr del tiempo uno descubre que es el disco más cancionero de Bunbury. Por ahí más en la tradición de eternos colegas de allá y acá. Luego el repertorio transita por terrenos ya explorados en la gira anterior. Está esa cosa cabaretera de El extranjero y Desmejorado; su interpretación flamenca de Solo si me perdonas y Que tengas suertecita. Curioso que la banda quede mejor parada en estos casos más musicales cuando la idea era tener una banda mas rockera para momentos como Hay muy poca gente o Senda, elección extraña pero más que apreciada de los Héroes del Silencio. También hay ciertas reversiones que habría que escuchar varias veces para ver cómo quedan al lado de las originales. El rescate está muy bien, pero las guitarras y teclados reemplazan violines y vientos. La que más modificaciones sufre es Lady Blue, más cerca de “Crazy Horse” que de la versión original. Particularmente pienso que esta sale perdiendo.
Juega mucho con su público de cierta forma. Tiene esas poses y esa forma de cantar casi planeadas para la foto. Si bien uno escucha los discos del hombre y la manera de cantar es lo que más resalta y puede sonar como forzada, creo que en realidad es natural. Es como Eddie Vedder, esos tipos que cantan como hablan. Además, por más heavy metal que haya en la sala, Enrique salió de la escuela donde conviven Raphael y Jim Morrison, mal que le pese.
Pero el hombre es un experto a la hora de hacer lista de temas. No por la selección de clásicos o algo así, sino por saber jugar muy bien con las intensidades y la musicalidad. Con Bunbury hay tantas razones para amarlo como para odiarlo. Los que lo aman son realmente incondicionales, los demás lo ignoran. Es así.
El concierto es enteramente disfrutable; ya sea por el show en sí, por su voz, las letras o el recorrido musical por el que se desarrolla. No hay muchos cantautores preocupados por dar un show. Generalmente los asociamos a algo más despojado: una acústica, cigarrillos y alguna bebida. Bunbury es todo lo contrario.
El viento a favor cierra la velada. Casi como un mensaje planeado en contraposición al repertorio del show y al mensaje de los últimos discos: aunque hayas tocado fondo, haz un último esfuerzo, espera que sople el viento a favor.
Entre el rock y la música latinoamericana. Entre el solo y sus Héroes del Silencio. Entre tirar la toalla y seguir hasta no poder más. Entre todas las crisis que tenga Quique siempre va a haber un lugar en Buenos Aires para venir y llorar sus penas o alegrías. Según corresponda.
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