RESEÑAS
El Blues del país

Falso Martín Fierro, comisarías incendiadas, piquetes y Puente Pueyrredón. Embarazadas en el colectivo, viejos puteando al cielo, llegadas tarde y atentados. Entre todos estos sueños me levantaron de un cachetazo a eso de las seis de la tarde. Languideciendo en la cama me quedé mirando el techo con los ojos entreabiertos, pensando en esos sueños terribles que no me iban a dejar en paz en todo el día, sueños que no me iban a prohibir unos cuantos pases de magia de rocanrol.
“Vamos a ver a Blues Motel, che” le dije a un amigo después de la siesta. Por un momento pensé que iba a ir solo, pero dos horas después estábamos en El Teatro indecisos, intercambiando opiniones sobre la tanga de BLUES MOTEL a diez pesos y el compact de ROCAMADOUR que vendían a un costadito de la puerta de ingreso.
Rock para los dientes
Mientras se asomaban algunas remeras de la banda, y en el balcón de El Teatro una bandera flameaba un oportuno “Brian Jones, a 35 años de tu muerte no te olvidamos…” salió a escena ROCAMADOUR, banda soporte que se llevó los primeros aplausos del incipiente público. Aunque el sonido jugó para los contrarios, “Mar de luz” -lejos de ser un hit- llegó a conmover, y el clásico “Let it bleed” de los ROLLING STONES manifestó tímidamente la polenta de la banda, que después se acentuaría con “Tierra fértil”.
A las 22:30 salió BLUES MOTEL a la cancha. “Pastillas” se hizo paso entre las banderas y el humo de los cigarrillos, en esa atmósfera particular donde en el escenario, bajo un manto de luces púrpuras y rojizas, GABRIEL DIAZ entonaba los primeros versos y ADRIAN HERRERA fabricaba unos acordes que transmitían una armonía increíble en medio del agite de los fanáticos, que de un segundo a otro se apretujaron en la valla de contención detrás de una bengala perdida.
Luego la oscuridad. Unos segundos más tarde, el monstruo de Colegiales se iluminó especialmente para “Rock & Roll en la carretera”, donde GABA se lució con la armónica, que después, casi promediando el show, iba a tener un rol más importante. “Demian y Abraxas” nos condujo al mundo de los demonios y los ángeles caídos, un cóctel perfecto entre guitarras asesinas y una batería maldita.
Silencio. “Calma” fue el primer tema nuevo. Canción que acarició algún rasgo blusero y el sentimiento de los negros de allá del Mississippi, esa tristeza que ellos solo supieron expresar, y que BLUES MOTEL la condenaba a muerte con “Es hora de volverlo a hacer”, de aquel “Mientras las guitarras suenen”, de 1995.
Armónica salvaje
Para “Baldosas Flojas” y “Por el puerto” fue invitado RUBEN GAITAN, vestido de traje y sombrero. Con su pequeña armónica, el especialista la rompió en su set, lo que le valió más que miles de aplausos y alguna que otra reverencia. Mientras GAITAN se agachaba y se iba por un lateral del escenario para espiar, tras bambalinas, otro estreno –“Buscando”-, GABA devolvía sentimientos: “Muchas Gracias a todos los que colgaron los trapos y los que están acá agitando”.
Llegó “El indio” e hizo un golazo de pasión, mientras en el medio del pogo un cameraman de la banda saltaba en plena grabación.
Azul. No se veía el escenario, los haces de luces detrás del “Estuve tanto tiempo así que ya no se quien soy” permitía al cerebro recordar imágenes increíbles, casi floydianas, donde los músicos, inmersos en su trabajo, parecían dormir con sus instrumentos a cuestas, buscándose en el camino de la esperanza mientras las luces de El Teatro iluminaban a “Tanto tiempo ausente” y “Miro” donde el teclado del señor SEBASTIAN VOYATJIDES pareció envenenado.
Las violas infectadas de aullidos y lamentos de ANDRES CASASCO y ADRIAN HERRERA mostraron en “Dame magia” el buen laburo de guitarras y las horas de ensayo, que sin duda producen un efecto reconfortante en los músicos.
El final fue con “Hojas vacías” y, detrás de una cortina de sentimiento, sonó bien fuerte “Blues motel”, ese himno infaltable.
En estos dos años sin disco, y desde “Malbec” y “Rescate Moebius” ha avanzado el arte compositivo-musical de la banda, reflejado en parte en las letras y en el clima que se ofrece en cada show de Blues Motel.
Ahora había que volver a los viejos sueños, que por dos horas y media habían sido ahuyentados y bien guardados en la conciencia. Ahí me di cuenta que la vida es un rocanrol. Una vida donde se sufre, se putea, se sueña, donde recibimos palos y alegrías, donde nos entusiasmamos y nos amargamos. Pero que agradable es este rocanrol. Que lindo es escuchar a BLUES MOTEL.
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