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El auténtico decadente

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En 1821, es decir hace ¡190 años!, Thomas de Quincey se erigía con un lugar de privilegio entre los pioneros de la literatura sobre drogas, y es que en ese entonces publicó “Confesiones de un inglés comedor de opio”. El escritor inglés, que se hizo adicto después de probar el narcótico para restar dolor a la neuralgia que sufría, también influyó en el movimiento decadentista.

Uno de los que supo formar el Decadentismo y anotarse, asimismo, dentro de los autores que transitaron el tema de los estupefacientes fue Jean Lorrain, por ejemplo a través de su obra “Relatos de un bebedor de éter” que la editorial Caja Negra acaba de rescatar. Una edición, vale decir, que tan sólo a partir de su logrado diseño, púrpura y sombrío, reclama lectura.

Conviene prestar atención a la presentación del texto que hace Ezequiel Alemian, que recuerda que en otro tiempo la inhalación de éter fue moda. En épocas de Lorrain (1855-1906) justamente, solían mojarse telas con la sustancia para aspirarlas repetidas veces y esperar que la actividad normal de las neuronas se redujera y se experimentaran alucinaciones visuales y auditivas, desinhibición (por caso, sexual) y una sensación de agudización del pensamiento. Por supuesto, había consecuencias posteriores que iban más allá del insomnio, ya que la droga provocaba una dependencia que finalmente mataba, por delirium tremens o destruyendo el aparato digestivo. Por cierto, este segundo desenlace le tocó al escritor, que llegó a ser operado de diez úlceras intestinales.

Puntualmente, “Relatos de un bebedor de éter” está conformado por once historias, que son relatadas como anécdotas y no tienen mayor extensión sino que más bien son de rápida resolución. Por supuesto, Lorrain roció con éter todas las páginas del libro, e incluso pareciera que mientras lo hacía no pudo (de seguro no quiso) evitar que el aire enviciado lo influya mientras escribía sus cuentos, en los que abundan las habitaciones siniestras, los amigos perdidos por la droga, el frío, la oscuridad, los fantasmas, los espectros, las bestias, las voces irreconocibles, las visiones, las alucinaciones, el horror, el temor y más habitaciones siniestras o, como repite él, espantosas.

En “La casa siniestra”, que principia el libro, se cuenta la agonía de uno de los amigos del autor, Serge Allitof, producida por su hogar fantasmal y sus investigaciones sobre brujería; Lorrain, aventurero, pasó una noche allí y vivió para escribirlo. Otro compañero del escritor, De Jakels, protagoniza “Una noche turbulenta”; allí se relata la ocasión en la que fue a un pueblo alejado de todo para ayudar con los preparativos de una fiesta de disfraces a una pareja amiga recién casada, pero terminó peleando por su vida contra unas bestias jamás vistas, que tenían grandes picos y alas. Por supuesto, en una y otra historia, como en todas las que componen la obra, se lucha no contra una casa maldita, la historia de la brujería o fieras deformes; se batalla, más bien, contra las alucinaciones que atacan los sentidos excitados de Lorrain y sus amigos. Una banda de tipos decadentes para muchos, pero entrañables para otros tantos.

Redacción ElAcople.com

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