ENTREVISTAS
El arte de mandar fruta

“Un no tan joven italiano de apellido Prodan recala en Argentina y forma una banda que poco tiene que ver con el escenario que la rodea”: ésta bien podría ser la sinopsis de aquella leyenda que todos ya conocemos, pero las páginas de la historia que aquí nos ocupa se están escribiendo en este momento, y su protagonista, Romapagana, está viva sobre los escenarios más que en la nostalgia.
Si bien la criatura acusa tan sólo seis años, Andrea Prodan se encarga de revelar los primeros bocetos del proyecto: “Después de ‘Viva Voce’ (1996), que fue un disco solista, quería empezar a compartir esa energía en un grupo de personas. En ese contexto lo conocí a Rojo”. Fabián “Rojo” Limardo es el responsable de la seis cuerdas, que junto al bajo de Diego Segovia, la batería de Christian Fernández y los alaridos del propio Andrea, reflotan y renuevan la visceralidad de aquel olvidado proyecto que solía ahuyentar a padres precavidos y ruborizar a nenes bien: el rock.
“Empezamos con descartes de ‘Viva Voce’, algo más rockeros pero que no tenían mucho que ver con lo que hacemos ahora. Eran cosas más bucólicas o románticas, atadas a un rock anterior. Teníamos un tema que era ‘Aeroplane of love’, al estilo The Who, que fue el caballo de batalla de aquella primera época”, recuerda Prodan sobre aquellos primeros temas que iniciaron esta viaje. “Llegamos a grabar esas canciones para un demo. Gillespi estaba interesado en producirnos, pero el proyecto terminó cajoneado. Todavía no éramos Romapagana, tocábamos con otros músicos. De aquella experiencia sobrevivieron ‘Mind the gap’ y ‘Minister’”.
¿Qué fue lo que demoró la salida del disco?
Diego: No teníamos la urgencia de tener material en la calle. Necesitábamos asentar una coherencia musical. Fuimos muy inteligentes en esperar el tiempo de modelación exacto, como cuando hacés un chivito y estás esperando que se cocine por seis horas.
Rojo: Es que no puede ser cuestión de decir: “bueno, tenemos estos temas que compuso cada uno, grabamos todo en una tarde, hacemos la tapa, y listo”. Tuvimos oportunidades anteriores para grabar, pero todavía no estaba cerrado el paquete. Antes eran temas que Andrea había compuesto solo y nosotros tocábamos algo, arriba. Ahora cada cual compone pensando en el otro; es como que tirar un pase y saber de qué manera van a responder los demás.
Andrea: Estamos inmersos en un mundo de sobreinformación, en el que todos hemos escuchado tanto como para decir: “bueno, ahora me mando un reggaecito simpático; ahora, me mando una cosa medio Pink Floyd”. Yo no sé muy bien qué es el sonido de Romapagana, pero hay cosas que claramente no pertenecen a ese mundo. Además somos una banda que cambia mucho. En lo que existe un nexo entre los temas es en la intensidad. En ese sentido el disco es continuo, muy intenso; esa fue la lógica para armarlo.
¿Y las letras? Hay críticas al consumismo (“Consumer waterfall”), al frenético ritmo de vida de las grandes ciudades (“The citizen”), hasta le dedicaron un espacio a la gripe porcina (“Mosquito horror”)…
Andrea: A mí mismo me sorprendió que las letras terminaran teniendo una orientación tan política, porque no había un plan predeterminado de hablar de esas cosas. Quizá parezca que estamos entrando en un cliché, repitiendo frases de panfleto, pero yo me siento incómodo en mi misma piel. Por eso hago rock, para sentirme un poco más cómodo. Nuestros mambos particulares nos unen y cuando salimos a tocar eso queda demostrado: pasa algo químico e interesante.
Rojo: Cuando empecé a tocar con Andrea, de golpe me encontré con que el tipo plasmaba cosas de conversaciones que teníamos entre nosotros. Es decir, me podría haber traído cuarenta canciones de amor, pero de manera espontánea todos estamos de acuerdo con las letras porque nacen de inquietudes comunes. Ahora, si el tipo algún día me sale con un rock cristiano, y bueno, dame de baja.
¿Qué ventajas les proporciona componer en inglés?
Andrea: Lo bueno del inglés -a diferencia del español o el italiano en los que es muy claro lo que se dice-, es que hay como cuarenta palabras que tienen el mismo sonido, lo que me permite componer por asociación. Hay tipos que admiro mucho, como Elvis Costello y David Bowie, que trabajan de este modo; el mismo Luca lo hacía. Se dan asociaciones muy rápidas y espontáneas de ideas con los sonidos, pero después lo leés y decís: “ah, mirá, qué loco”. Si bien hay temas como “Fly-by-wire” o “Great british mistake”, cuyas letras están planificadas y estructuradas, hay otros que son un poco más… fruta. Pero está bien que sea así, porque no todo tiene que ser tan comprimido y cerebral. Además en la fruta está el después, un significado que se encuentra casi por casualidad, pero que existe. Está bueno, es una reivindicación de la libertad que te permite el rock: mandar fruta. It’s only rock’n’roll!
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